viernes, 1 de julio de 2011

Y AHORA... EL PROLOGO

A menudo se repiten preguntas que circundan, divagan, retroalimentan a la mente y el cuerpo. Son pocas las tragedias que hacen a lo cotidiano; a veces con poco, se puede sufrir, otras veces lo disfrutamos, lo intuimos como si se tratara de lo más común. Por ello no lo vislumbramos con amor... pero los sujetos queremos sentirnos débiles, nos aburre la felicidad sincera, el calor de la vida quemando nuestros pasos; solemos invitar a la melancolía al ritual, nos enamoramos de imposibles, tan solo por deseo de padecer la no-correspondencia, el dolor de no poder tenerlo jamas, la ulcera viviente en que nos queremos transformar.

Esas tormentas que enferman el sol de cada día, son visibles si se viaja; el mundo de un viajero se inquieta con cada historia, con iluminaciones opacas. En el universo de la insoportable idiotez de los ciegos, quienes poco saben del alma, no ocurren las vituperaciones de sentirse muerto. Ellos pueden ver con sus ojos, pero solo en colores, nunca en blanco y negro.

Rimbaud sabia lo que significaba la angustia de los sujetos, porque viajaba. Sentía el anonimato del muerto que anda errante por la existencia mundana, conocía el ocaso como pocos. Lo cautivante de no ser, radica en mundos reales que hacen evidentes las historia de los sujetos-objetos, trazando limites que retraen incertidumbre en los legados que vayan a dejar.

Los ciegos que infectan, con su patología no-videncia, al coherente mensaje de las ideas, los desengaños, el malestar de sentirse invisible, temerario, frágil; son siluetas desgarbadas, desamores sin sueños, violencias consecuentes con su ignorancia, su respeto por las normas que impondrán a rajatabla. No conocen el compromiso, la fiebre de la duda permanente, nunca contemplaran mas que un silencioso rincón oscuro, la hermosura de vivir se les decora con quimeras.

Hay formas de viajar. Se puede viajar hacia las tareas que cada uno realiza todos los días; se puede también viajar hacia la nada- Lautreamont lo hacia con una destreza pasmosa- a encarar un nuevo rumbo, pero aquel que viaja por el solo hecho de disfrutar el aroma de la existencia, lo vive. No hay sensación más inalcanzable que la de enmendar el alma con instantes imaginarios, que no modelan como dios lo hace desde la coerción sacramental.

En trance, y sin mas que la violencia rebalsando su mente, un viajero puede reconocer y mutilar las habladurías presentes en la verborragia de los mediocres. Un éxodo representa la lluvia de universos, el día eterno, la inmolación por lo rotundamente imposible de explicar. Los innumerables, pero pequeños, viajantes trascendentales; desayunan el amanecer de lo puramente frágil, cruel, lo humano expresado en kilómetros de genealogía.

Esta es la llave de la nueva puerta que los conducirá hasta el destino incierto, hacia la cima de aquel bosque, donde los predecesores aguardan por la nueva ola de peregrinos enamorados de la vida.

El periplo es un homenaje a los mártires de la modelación, a los derrengados de Sade, a los talentosos enmudecidos por la fuerza, por el orden, las leyes del sumo amo del universo.

Y si a cuestiones vivenciales nos dirigimos, nada mejor que hacerse un buen viaje hasta lo oculto, pues lo verdaderamente humano nace de la incertidumbre, del dolor, de la calle, del llanto sin lagrima, del grito sin voz.

Esta es una obra humilde y surgida desde el más sincero anonimato, hecha por un viajero y para los viajeros. Quizás entre en juego la sensación del pesimismo, pero aquel que transita la vida llevándose por lo que su corazón guía, es el hombre más transparente.

Las memorias de un peregrino lucen mejor si la muerte se apodera de su mente.