lunes, 10 de febrero de 2014

Capítulo 91 “Mardelsol”



La extraña impronta que marca un retorno amargo, despojado de efemérides realizadas… a veces, las fechas no marcan sonrisas en el calendario. En los oídos suena un disco de los Kinks a volumen alto, en el pecho el silencio es atroz, letal, desmedido. Alguna vez creí que la alegría duraba para siempre, mientras lográramos recoger la fotografía de los momentos adornados por ella, pero la vida dejó entrever que no todo es posible a pesar de los refranes.

Presente del indicativo, yo te amo y vos mirás hacia otro lado… generás, de este modo, prosas profanas sin sentido ni epílogo, me siento a meditar frente al mar, esta noche Daniel Melero va a decirme cosas.

La vida versada es la vida del poeta que extiende sus brazos para recibir cariño a cuentagotas.

Yo viajé cuatrocientos kilómetros para decirte cosas, vos te perdiste entre el ruido de las olas que acaecían junto al sábado que íbamos a pasar juntos. No me desanimé para nada, las historias no siempre resultan verosímiles, mucho menos las virtuales, aunque parezcan realizarse. Un buen libro en la playa no es para desmerecer, mucho menos cuando leerlo motiva las ganas de crecer, de mirarse al espejo y afirmar: ha pasado el tiempo y esta soledad me duele.

No dejo de susurrarle tu nombre al mar que acobija un siglo de tu partida, otra vida nos encontró fundidos, jugando al amor.

Tal vez no haya sensación más linda que repetir, sistemática y mecánicamente, tu nombre unas seis millones de veces, atenuar la pena provocada por un desencuentro que era más posible que imposible, le hace bien al corazón que late convaleciente, me desmerezco e insulto a mi destino destinado a verme tropezar mil millones de pasos. No exagero al ratificar que sueño todo el tiempo, reafirmando así, el amor insostenible.

Hoy no es un día más, aunque sé que andarás pululando por alguna esquina de esta inmensa ciudad que no me cuenta nada de los escondites donde hallarte.

La música suena con rencor, dispara cientos de misterios, elucubra nuevos y se deja morir por el stop del reproductor. Hay una sonrisa que no he de conocer y una voz que no va a decirme que estabas esperándome al fin.

Arremete la sal, su crueldad en complicidad con este sol que no abrasa, sino que se esconde avergonzado. La casualidad es asombrosa cuando se sale con la suya, carece de máscaras cuando grita, desenfrenadamente, su odio por las películas sin final feliz… siempre termino degollando a besos a tu imagen inmaculada, son esos tangos ebrios que estallan en éxtasis simultaneo.

“Jugando a las escondidas, y yo estoy muy viejo ya…”

Envío una plegaria al cielo, está gris la “Reina del Atlántico” y tanto periplo deseando abrazarte en medio de las multitudes, parece insuficiente.

Lo extraño está por suceder… camino por la rambla y llego hacia un rincón inhóspito, reflexiono tres segundos y me trago una congoja extensa, acertada porque me permite seguir andando. No voy a clamar más nada por hoy y seguiré sumergiéndome en la marea que empieza a dar señales de fin de jornada.

La noche es indispensable para tomar color, para liberarse de toda la carga que el día deposita sobre la espalda. Transeúntes, familias enteras, el júbilo no termina nunca en Mar del Plata…

Huelo a deseo, las melodías parecen llamarme, desesperado, acudo sin dudar y me ahogo en las deliciosas composiciones que un artista, que vine a ver, me regala sin pedir nada a cambio. El frío me empieza a pasar factura, en mi cuello hay un beso de no sé quién, pero me dejo llevar. Nos gusta lo mismo, queremos lo mismo, sentimos lo mismo, pero yo lo quiero con vos y nada más que con vos.

Termina todo casi abruptamente, una grave voz nos dice buenas noches y canta “Trátame suavemente” en honor a Gustavo Cerati.

Lloro sin comprenderlo, quizá no esperaba esto, me dirijo hacia la puerta de salida, ya muchos emprenden el regreso. Fue una linda noche al fin y al cabo, y yo debo sincerarme al respecto, pues no he pasado un mal momento, a pesar de que no encontré lo que vine a buscar.

La habitación está llena de sorpresas, la cama de tristeza y mi voz extenuada de tanto contarle a una joven que el sol no salió en Mardel ese día.

Ya es domingo, ya estoy por dormirme, ya no quiero seguir pensando… sin embargo, escucho tu resfrío en un viejo mensaje y me quedo despierto oyendo un tibio viento pronunciar tu nombre.

Dejo la ciudad, tal vez tome un último café antes de partir… amanezco en Buenos Aires y en silencio.

Terminó el disco de Almendra.