La cualidad intencional del amor es la facilidad
con la que logra uniones inesperadas. Tal vez ninguno de los dos esperaba esto,
ni siquiera esperaba un vestigio de ese asombro que nos invade,
silenciosamente, cuando el cuerpo sonríe con frenesí.
Desentenderse de un cruce de miradas es como
caminar sobre la delgada línea que separa lo imposible de lo posible…
acorazadamente libres, oximorónicos entes que vagaban buscando confluir en un
punto con forma de beso.
Un destino que se escribe casi en forma repentina,
que queda plasmado cuando la totalidad deviene de un simple cruce molecular, de
un imprevisto abrir y cerrar de ojos, un segundo en el que, al despertarnos,
somos un juego de espejos inmaculados, una epístola en blanco o una bocanada de
dulce aire estival.
Los ojos se cierran, las pieles se fagocitan la
sensibilidad, el desvarío producto de semejante coincidencia, el color
atravesando una y cada una de las escenas.
El amor en primera persona del plural, lentamente
se vuelve tercera del singular y la singularidad es consecuencia de un efecto,
mágico, del lenguaje.
Ir y venir, ser o no ser, estar o permanecer, vos y
yo… un cúmulo de opuestos que atravesamos para concretar este increíble momento
que se multiplica todo el tiempo.
No es novedoso haberte encontrado, si estuve tantas
vidas buscándote…
Nos empezamos a nombrar, completamos el círculo
vital, nos alegramos al conocernos y nos entristecimos al separarnos…
Cada paso es un devenir, una línea que escribe versos
sensoriales, un ritmo que marcha al compás de ese flechazo inexorable que
desangra los corazones solitarios.
Y la soledad deja de ser posible cuando las miradas
se cruzan y desembocan en un increíble segundo de eterna duración, es el
contacto de los labios que dicen beso mientras los ojos se cierran con timidez
y las manos se entrelazan, uniendo la ansiedad y el fervor de un nuevo amor que
nace.
Yo te bauticé amor de mis días y vos me bautizaste
un momento en las estrellas… nosotros como un universo donde nos buscamos a
pesar de que somos ese lugar lleno de ensoñación y mixturas.
Y los jazmines, y las constelaciones, y los
millones de versos que callo para no decir mucho y lo mucho que te digo con
solo pensar en vos.
Y la noche se estrelló repentinamente, llovieron
besos que florecieron una primavera anticipada…
Y quiero decirte que desde que somos nosotros, no
hay otro pronombre que circule por mi cabeza… que me encantan tus mechones de
cabello tapándote el café que cubre tus pupilas, que tus hombros son delicados
desniveles donde dejo caer mis brazos, que tus manos son frágiles pinceles que
colorean el pentagrama que conforman mis dedos, que tu perfume es elixir en
este invierno donde los resfríos recrudecen, que nada se compara a este momento
único… donde jugamos a colorear con abrazos, un amor que nació antes de
conocernos.
Vos y yo le dimos cuerpo al nosotros… un conjunto
de átomos que hacen el tiempo, el espacio y la morada donde nuestro amor
resplandece.
Dame un beso más y seguime deshaciendo… hoy quiero
regalarte una última canción cuya música habita en la circulación de ternura
que corre por tus venas… quiero volver a sentir que cada instante es el último
y, en simultaneo, vuelve a ser el primero.
Nosotros somos la acción de extrañarse, de quererse
y de sentir que cada momento y cada lugar, es eterno… como nuestro amor… como
nuestras vidas… como nuestro destino.
Hoy estamos de la mano dando un paseo… el primero
de miles.
Las historias se repiten cuando el beso pendiente
las revitaliza.
Somos una historia en un tiempo donde los amores no
llegan a historias… te extiendo mi mano y te abro mi corazón, allí hay un mundo
donde vos podés reescribir sobre viejas hojas sepiadas.
Sobre lienzos olvidados, nuestro amor pintó
paisajes y semblantes en veranos por venir… cierro mis ojos y dejo de respirar.
Mañana serás vos y seré yo, hasta que el
reencuentro hable de nosotros.
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