Capítulo 80 “La cuevita”
Hay
lugares comunes, donde los sujetos encuentran el momento donde escribir la
vida.
Algunos
son menos lugares que otros, pero en general, hablamos de lugares, donde la
sensibilidad y el apego nos permiten hablar de dulces y deliciosas páginas de
romances inmediatos.
Veníamos
hablando de esto, no olvido jamás, un domingo de gloria, en el Barrio Chino,
cuando la caminata se extendió durante una tarde entera que duró una vida y un
mirarnos detenidamente a los ojos, simulando no querer lo que vendría. La
recorrida duró lo que nuestro amor, inocentemente, calló.
Me
tocó hacerme tiempo para empezar a verte con detenimiento, buscando la mitad
que me uniera, decididamente, al amor que venía queriendo encontrar. Empezamos
a ser semillas que germinaron con rapidez, trascendiendo las noches de cama, el
improbable devenir de elucubrarnos, la áspera sensación de comprender que los
enamoramientos duran un segundo hasta que volvemos a pestañear y nos enteramos
que el enamoramiento ha vuelto por fin. Es todo un ciclo que envejece a cada
segundo y que, sin embargo, renace en ese mismo momento.
Los
sentimientos traicionan cuando el espacio geográfico empieza a tomar forma, vos
y yo lo entendimos así y nos embriagamos de alegría por una tarde entera.
Y
la lámpara roja, con un enorme arcoíris atravesándola, con forma de globo
aerostático, resultó un viaje infinito mientras el sol se despedía del Bajo
Belgrano. La música recorriéndonos, con curiosidad, las pieles fundidas entre
sí… el clamor de un color deseoso de salir a ser color en alguna tela
imaginaria.
Los
pasos se volvieron una infinidad de ternura, un paseo trascendente, una lejana
aventura de amor que tomaba una curva ascendente hacia la montaña donde tu
nombre descansa hoy día.
Me
desesperé por darte mis besos más urgentes, deshojé el tiempo restante de
nuestro encuentro, opté por morir de amor todo el tiempo y renacer,
semidormido, en tus manos llenas de promesas que cumpliré aunque la lejanía nos
juegue una mala pasada.
Y
todo nos fortalece, y nada nos desampara hoy… en este mundo adverso que no
muestra su mejor versión, pero que pintamos juntos, ofrendándole la vida de
nuestro amor disuelto en páginas de historias que, tal vez, nadie vaya a leer.
Caminamos
las avenidas, las inmobiliarias, los rincones… la ilusión en marcha potencia
las ganas, devuelve la identidad a las relaciones, desborda optimismo.
El
pensarnos allí, con lo cotidiano a cuestas, con la luz ingresando por la
ventana, con el dorado salpicando la noche oscura y bañándonos de ternura,
mientras nuestras miradas absorben las pupilas de nuestros ojos, cautivos de
romance.
Te
sigo mirando y la tarde parece perderse en vos, en tu profundidad, en la
candidez de tu blanquecina humanidad llena de gracia y de tu nombre, que tiene
musicalidad y cadencia cuando mi voz se deja enamorar por él y lo pronuncia
repetidamente.
Nadie
entiende que somos unidad y un sinfín de átomos que desfilan, velozmente, por
el aire que nace diferente, cuando nuestras manos se aprietan y nos detienen en
alguna esquina… beso va, beso viene, todo se pondera según la electricidad que
recorre nuestros cuerpos llenos de endorfinas.
Una
siesta, un amanecer, un mate, una tostada, una caricia, recorrerte los rincones
de tu curvilínea existencia con frenesí, con suavidad, desoyendo al reloj que
marca la hora de asumir responsabilidades.
Lennon
y Yoko resucitando en nosotros tendidos en una cama que archive todos los ratos
que inmortalicemos… toda una sucesión de imprecisiones que explican, con
precisión, los días del amor.
Siempre
supimos que algo trascendía tanto gris, tanta remembranza y tan poco cariño…
era la espera y el temor a no encontrarse en ese punto donde nos encontramos
para siempre.
Caminos
difusos y sensibles, diluvios terrenos y delicadamente tibios, sublimación de
las esferas en el aire pintado de azul.
Toda
una realidad estallándonos con fuerza desde el interior, un lugar en el mundo
era, al fin y al cabo, un asilo para el amor que nos unía casi mágicamente. La
felicidad y el increíble momento en que sentimos que se vuelve tangible y
saboreamos su cuerpo invisible… una solución a tanta tristeza, fuimos elegidos
por el destino, por habernos elegido entre peregrinaciones de amores que van en
busca del amor. Vos tan linda como vos y yo tan admirador de tu vida, hay
momentos que se pagan con otros momentos, hay indicios para el amor cuando la
duda empieza a enfermarlo.
Realizarlo
con una sonrisa que nos maquille esa sonrisa que escondemos para negar que nos
ha atrapado y, de ese modo, simular que no existe mientras el alma se ríe a
carcajadas, pedirte perdón por no poder haberte encontrado cuando más me
necesitabas, rogar que una vida me alcance para poder encontrarte hasta el
final de ella, junto a mí.
“Y
deberás amar… amar, amar hasta morir”
Metáforas
que empiezan a hacerse visibles, dudas que se esfuman en medio de un torbellino
de certezas que nacen de nuestros encuentros cada vez más frecuentes.
Un
vergel donde sembramos la semilla del amor que atraviesa el invierno crudo de
Buenos Aires colmada de fotos y recuerdos nuestros.
Eventual
transición y decirte, mientras contemplo la ventana de nuestro hogar, que te
estoy invitando a recibir la bienvenida a nuestra cuevita de amor, a nuestro
cuarto adornado con rincones donde nuestros besos recuerdan aquel lejano primer
beso, a nuestro principio de una nueva historia que ya vive el nudo de una
historia que nació en alguna esquina perdida de Capital Federal, un frío
domingo del año pasado a la tarde.
Tengo
sueños continuos y repetidos con aquel día en que cruces la puerta y vengas a
mis brazos, a confesarme que me amás tanto o más de todo lo que yo te amo.
La
casa está vacía y la puerta está expectante de verte venir… el interior está
lleno de amor para ofrendarte, el techo lleno de ilusiones para contarnos y la
ventana llena de horizonte para imaginar que esta noche, nuestra noche,
mientras te cuente una historia antes de dormirte, seremos amor en nuestro
cuarto.
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