miércoles, 14 de agosto de 2013

Capítulo 80 “La cuevita”



Hay lugares comunes, donde los sujetos encuentran el momento donde escribir la vida.

Algunos son menos lugares que otros, pero en general, hablamos de lugares, donde la sensibilidad y el apego nos permiten hablar de dulces y deliciosas páginas de romances inmediatos.

Veníamos hablando de esto, no olvido jamás, un domingo de gloria, en el Barrio Chino, cuando la caminata se extendió durante una tarde entera que duró una vida y un mirarnos detenidamente a los ojos, simulando no querer lo que vendría. La recorrida duró lo que nuestro amor, inocentemente, calló.

Me tocó hacerme tiempo para empezar a verte con detenimiento, buscando la mitad que me uniera, decididamente, al amor que venía queriendo encontrar. Empezamos a ser semillas que germinaron con rapidez, trascendiendo las noches de cama, el improbable devenir de elucubrarnos, la áspera sensación de comprender que los enamoramientos duran un segundo hasta que volvemos a pestañear y nos enteramos que el enamoramiento ha vuelto por fin. Es todo un ciclo que envejece a cada segundo y que, sin embargo, renace en ese mismo momento.

Los sentimientos traicionan cuando el espacio geográfico empieza a tomar forma, vos y yo lo entendimos así y nos embriagamos de alegría por una tarde entera.

Y la lámpara roja, con un enorme arcoíris atravesándola, con forma de globo aerostático, resultó un viaje infinito mientras el sol se despedía del Bajo Belgrano. La música recorriéndonos, con curiosidad, las pieles fundidas entre sí… el clamor de un color deseoso de salir a ser color en alguna tela imaginaria.

Los pasos se volvieron una infinidad de ternura, un paseo trascendente, una lejana aventura de amor que tomaba una curva ascendente hacia la montaña donde tu nombre descansa hoy día.

Me desesperé por darte mis besos más urgentes, deshojé el tiempo restante de nuestro encuentro, opté por morir de amor todo el tiempo y renacer, semidormido, en tus manos llenas de promesas que cumpliré aunque la lejanía nos juegue una mala pasada.

Y todo nos fortalece, y nada nos desampara hoy… en este mundo adverso que no muestra su mejor versión, pero que pintamos juntos, ofrendándole la vida de nuestro amor disuelto en páginas de historias que, tal vez, nadie vaya a leer.

Caminamos las avenidas, las inmobiliarias, los rincones… la ilusión en marcha potencia las ganas, devuelve la identidad a las relaciones, desborda optimismo.

El pensarnos allí, con lo cotidiano a cuestas, con la luz ingresando por la ventana, con el dorado salpicando la noche oscura y bañándonos de ternura, mientras nuestras miradas absorben las pupilas de nuestros ojos, cautivos de romance.

Te sigo mirando y la tarde parece perderse en vos, en tu profundidad, en la candidez de tu blanquecina humanidad llena de gracia y de tu nombre, que tiene musicalidad y cadencia cuando mi voz se deja enamorar por él y lo pronuncia repetidamente.

Nadie entiende que somos unidad y un sinfín de átomos que desfilan, velozmente, por el aire que nace diferente, cuando nuestras manos se aprietan y nos detienen en alguna esquina… beso va, beso viene, todo se pondera según la electricidad que recorre nuestros cuerpos llenos de endorfinas.

Una siesta, un amanecer, un mate, una tostada, una caricia, recorrerte los rincones de tu curvilínea existencia con frenesí, con suavidad, desoyendo al reloj que marca la hora de asumir responsabilidades.

Lennon y Yoko resucitando en nosotros tendidos en una cama que archive todos los ratos que inmortalicemos… toda una sucesión de imprecisiones que explican, con precisión, los días del amor.

Siempre supimos que algo trascendía tanto gris, tanta remembranza y tan poco cariño… era la espera y el temor a no encontrarse en ese punto donde nos encontramos para siempre.

Caminos difusos y sensibles, diluvios terrenos y delicadamente tibios, sublimación de las esferas en el aire pintado de azul.

Toda una realidad estallándonos con fuerza desde el interior, un lugar en el mundo era, al fin y al cabo, un asilo para el amor que nos unía casi mágicamente. La felicidad y el increíble momento en que sentimos que se vuelve tangible y saboreamos su cuerpo invisible… una solución a tanta tristeza, fuimos elegidos por el destino, por habernos elegido entre peregrinaciones de amores que van en busca del amor. Vos tan linda como vos y yo tan admirador de tu vida, hay momentos que se pagan con otros momentos, hay indicios para el amor cuando la duda empieza a enfermarlo.

Realizarlo con una sonrisa que nos maquille esa sonrisa que escondemos para negar que nos ha atrapado y, de ese modo, simular que no existe mientras el alma se ríe a carcajadas, pedirte perdón por no poder haberte encontrado cuando más me necesitabas, rogar que una vida me alcance para poder encontrarte hasta el final de ella, junto a mí.

“Y deberás amar… amar, amar hasta morir”

Metáforas que empiezan a hacerse visibles, dudas que se esfuman en medio de un torbellino de certezas que nacen de nuestros encuentros cada vez más frecuentes.

Un vergel donde sembramos la semilla del amor que atraviesa el invierno crudo de Buenos Aires colmada de fotos y recuerdos nuestros.

Eventual transición y decirte, mientras contemplo la ventana de nuestro hogar, que te estoy invitando a recibir la bienvenida a nuestra cuevita de amor, a nuestro cuarto adornado con rincones donde nuestros besos recuerdan aquel lejano primer beso, a nuestro principio de una nueva historia que ya vive el nudo de una historia que nació en alguna esquina perdida de Capital Federal, un frío domingo del año pasado a la tarde.

Tengo sueños continuos y repetidos con aquel día en que cruces la puerta y vengas a mis brazos, a confesarme que me amás tanto o más de todo lo que yo te amo.

La casa está vacía y la puerta está expectante de verte venir… el interior está lleno de amor para ofrendarte, el techo lleno de ilusiones para contarnos y la ventana llena de horizonte para imaginar que esta noche, nuestra noche, mientras te cuente una historia antes de dormirte, seremos amor en nuestro cuarto.

 

 

 

 

 

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