Capítulo 81 “La enumeraciones”
Un
domingo, que no fue un domingo más, iniciamos una caminata que nos encontraría,
al final de una noche inolvidable, fundidos en ese beso que identificaría para
siempre a este amor que nacería.
Quiero
homenajearte, quiero homenajearme y quiero homenajearnos… pero, sobre todo,
quiero homenajear al amor que nos contiene.
Quiero
enumerar algunos momentos delicados, de esos que son selectos, irrepetibles,
porque llevan aparejado el inolvidable peso del recuerdo, la inefable sensación
de estar amando mientras la flotación se vuelve un anhelo realizable y las
gotas de lluvia, que en este momento caen golpeando nuestra ventana, se
despiden de nuestra siesta llena de ternura.
Te
acordás cuando el frío de agosto, nos encontró caminando Florida, sin ningún interés
por saber que pasaría con el tiempo? Mientras todo eso acontecía, horas atrás,
nos decíamos cosas sin sentido para atenuar la vergüenza que sentíamos entre
tanta gente que admiraba a Mapplethorpe. El Malba se encontraba atestado de
gente, como si la humanidad se hubiese puesto de acuerdo para sabotearnos la
tranquilidad de un frío domingo de encuentro.
No
tuvimos temor de decirnos pícaros silencios, nuestras conversaciones sabían de
nosotros, pues virtualmente éramos “amiguis”
que se prestarían desde libros hasta hebillitas.
Esa
tarde, nos dejamos relajar por el sol de un invierno que ya empezaba a
despedirse… en la exposición desfilaban miles de caras desconocidas, salvo la
de un amigo tuyo que, por casualidad, te encontraste. El primer segmento del
paseo fue de reconocimiento… recuerdo verte cruzar una avenida segundos antes
de llegar a mi encuentro, de mirarte el pelo en el colectivo mientras el sol
entraba por las ventanillas, regalarte una golosina cuando compré cigarrillos,
atarme los cordones y ver tu cuerpo entero caminar mientras el horizonte
adornaba el fondo del paisaje.
Y
no dejé de acariciarte con los ojos, con las palabras, con la voz… te conté que
mi vida tenía un rumbo fijo, cierto, omitiendo que al leer tu nombre quedé
perplejo, sin habla, timorato.
Eras
vos, las palabras que Romeo pronunciaba en un sueño shakespereano, ese
indisimulable deseo de lograr conocerte por fin. Cada fin es el comienzo de algo,
cada segundo es un nuevo acontecer en esta historia que se hizo la gran
historia de nuestras vidas, porque es la historia del amor.
Y
la tarde que nos encontró tristes en un Borges que empezaba a cerrar sus ojos,
mientras la noche se aproximaba y Florida estaba colmada de transeúntes que
vagaban en todas las direcciones, el lunes nos avisaba que pronta era su venida?.
Y
el periplo nos devolvió al origen… a la esquina que, pronto, se convertiría en
un lugar de ensueño donde nos diríamos cosas significativas?.
Y
antes de partir, la música, el motivo por el que volvería a verte… el mensaje
de texto tranquilizador… habías llegado bien?.
Te
acordás de ese restaurante donde apareció una vuelta al día en ochenta mundos?
Te acordás de Avenida Corrientes un jueves a la noche, mientras nos
enamorábamos? Te acordás del subte y de sentirnos perdidos en los ojos del
otro? Te acordás del sillón, de nuestras manos jugando entre ellas y de nuestro
beso avergonzado de ser un beso? Te acordás del comienzo de todo?...
Te
acordás de nuestra primera noche de amor, de nuestro viaje a Villa Ventana, de
nuestro tiempo de entender que nada era imposible?.
Te
acordás de todo esto y de todo lo que creíamos que era una quimera?... tanto
cajón de recuerdos abierto, me hizo pensar y repensar que, ahora que te tengo
acá durmiendo al lado mío, los sueños saben a estos momentos en que me tiro
frenéticamente al lado tuyo y te cuento historias para hacerte dormir.
Te
acordás cuando fuimos a ver a Alvy Singer, a Roger Waters, a Silvio Rodriguez,
a Rosario Bléfari? Cuando nos dormimos en el cine, cuando cumplimos un año, cuando
escribimos una editorial, cuando festejamos tu cumpleaños, el mío, cuando me
comprabas las bolsas de caramelos, cuando te hacía masajes, cuando me regalaste
las estampillas de Borges, cuando te regalé el desayuno?.
Hoy…
acostado acá, en nuestra cama, te miro dormir y no lo creo. Un halo de emoción y
dulzura me brota desde el fondo del cuerpo y me lleva a abrazarte. Te oigo
respirar y me deshago, te beso los párpados, las mejillas, las manos. Dormís y
no comprendés todo esto… te enojaste en algún momento por un amor que no viví,
desconfiaste de mí por una inseguridad tuya, te extrañé todo este tiempo sin
haberte conocido.
Estás
casi en trance, adormecidas tus muñecas, distantes tus pupilas, muerto tu
cuerpo, tibia tu piel, sensible tu boca que se desliza con suavidad mientras
baila con mi boca… sos tan vos que podría bocetarte sin imperfecciones.
De
un domingo cualquiera, surgimos como esas semillas sedimentarias que el viento
hace viajar y el tiempo hace germinar. Renovados y solemnes, nos decidimos a
vivir el amor con la alegría, vos eras am y yo era or y juntos le dábamos forma
a esto que te estoy contando ahora aunque no me oigas por estar dormida.
Tal
vez no vayas a saber de esta historia en tu vida, quizás cuando pasemos a ser
pasado, comprendas que el amor no termina aunque así lo quieran muchos… ni
siquiera nosotros podremos entender el secreto de este amor.
Nada
se oculta, todo se dice, todo se siente, todo somos nosotros dos en este
preciso instante. La ventana está semiabierta, el corazón está abierto a vos
para que entres y te duermas en él.
No
sabremos que decir el día que esto deje de ser un amor en movimiento… pero
remarcar algunos puntos y sucesos, me da la certeza de haber elegido, alguna
vez, a un amor que me llenara para siempre.
Tiene
tu cara, tus manos, tu pelo y tu nombre… tiene mi recuerdo, eso lo inmortaliza.
Dicen
que se vive tan solo una vez… puedo afirmar que es cierto y enumerarlo
brevemente.
Cuando
despiertes estaré preparándote la merienda… cuando vuelvas a dormir un beso de
buenas noches y a seguir amando.
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