La espera se hizo larga, reza una canción de Daniel Melero. Puedo
afirmar que esa canción no sólo tiene razón, sino que hasta se equivoca, pues
la espera va a seguir siendo espera, pura espera y rencor, puro lo que pudo
haber sido y zozobra, puro devenir incierto que me dice: Hasta acá llegó todo.
No siempre decir es significar, no siempre significar es significativo
y no siempre la significatividad es significante.
Hoy no fue el mejor de mis días, tampoco el peor, aunque seguramente
quedará grabado en los recuerdos más tristes de mi vida. No terminó de irse
alguien importante, que ya te empezaste a ir, dejándome un adiós clavado en la
yugular. La sangre fluye y mi cuerpo engulle una mentira más, una escenografía
maquillada de parches de amor finito, de esos que desilusionan, de los que
vomitan, pecaminosamente, sobre nosotros, los que creemos que lo imposible es
decir que no.
No era necesario decir que no, cuando ni siquiera era necesario un sí.
Las historias no siempre tienen finales felices, la soledad no siempre
es un refugio y todo, todo lo que creímos que sería posible, es apenas un
espejismo, escéptico, de la realidad que vivimos.
No quiero entender nada ahora, este momento está reservado para el
dolor y el desasosiego, para el vino y el desmedro, para la paz y el silencio,
para no entender nada de lo que no entiendo ahora, después de tanta muerte
sucesiva, que no entiendo siquiera, por qué no entiendo nada.
Un recuerdo, Devendra Banhart y un vaso de vino tibio, un segundo de
llanto y una vida diluviándome interiormente, casi con gracia, anunciando que
este otoño me está dejando tan sólo como estos últimos otoños en que empiezo a
olvidarme que te recuerdo, porque recuerdo no olvidarte para pensar, aunque
sea, una vez en vos.
Son imágenes sensoriales, son mil cosas que no se definen, porque nacen
indefinidas como esa indefinición que no nos permite definir, de una vez por
todas, encontrarnos y escribir esta historia que venimos sufriendo innecesariamente.
Yo te busqué casi con ansiedad, con el temor de que me dijeras lo que
me terminaste diciendo.
Los relojes en una noche de amor, de hace un tiempo, se detuvieron
abruptamente, dejándonos a la deriva, coronando sin quererlo, un vacío que
traerá consecuencias inesperadas, sufriendo casi con culpa, un silencio
perpetuo y una vanidad primaveral fuera de estación.
Ahora es hoy a la madrugada, mientras las lágrimas se inquietan en mis
ojos y el frío recorre cada centímetro de mi cuerpo, momento de reflexionar y reconstruir
miserias espantosas en tu nombre, que se marchó lejos, allá donde las olas
estallan y bailan danzas inentendibles.
Me quedé buscando atajos por donde salir o espejos donde mirarme,
ciudades donde asilarme, destinos para viajar y recluirme, sólo, perdido,
conmigo mismo.
No siempre la felicidad te besa la frente mi amor, no siempre…
Sujeto fuerte mis manos, la valija está pesada y el Álbum Blanco pierde
cada melodía en este final casi intempestivo, ya no hay regalos, estrellas,
tiempo ni ganas.
Cada paso hasta el andén es un paso que me alejo, una catedral me deja
persignarme, un futuro empieza a llegar, porque el hoy dejó de ser mañana y las
urgencias empiezan a perecer al compás de una llaga que se vuelve visible en la
oscuridad que adorna mis sábanas.
Mi guitarra está callada y mi corazón dice tic-tac con despecho y precisión…
Lo que será no debería ser tan extremo, lo que es debe ser la lenta y dulce transición,
lo que fue se guardó y feneció en las profundidades de ese mar que te ve salir
por el este y te despide cuando tu nombre muere en el oeste.
Voy a dejar de escribir desenlaces sin principios, prefiero recostarme
sobre el nudo y esperar a que vuelvas a quererme.
Sin consuelo, sin mi madre, sin mi segunda madre y, ahora, sin sol…
La oscuridad es un lugar donde no podré amarte, pero sí donde podré
recordarte con ternura.
Me quedo acá, de acá yo soy… y ese es el significante de este amor que
no nació.