martes, 18 de marzo de 2014

Capítulo 95 “El reloj en una noche de amor parte II”



Tus manos y tu cuerpo frío, donde dejo caer una porción de mi humanidad y repito, casi con el mismo fervor del principio, que te amo sin mentiras.
Desnudez y un diluvio de besos casuales… Te miro con sinceridad y curioso, me sonrojo ante la palidez de tu piel encendida, te beso con desenfreno y suavidad simultáneamente, no hay nada alrededor de tanto fuego. Somos el boceto, mágico, que surge a fuerza de roces, caricias y frenesí, astros y respiración agitada, el ida y vuelta de óculos que adornaban la escena, tal vez, menos pensada.
Simulando lluvias en una hoguera de vanidades, nos detenemos sólo para tomar impulso y seguir representando al amor en un acto inconmensurable.
Sentir la excitación y la cadencia de nuestros cuerpos conectados, fundidos, sedientos de fulgor, de perplejidad que nos asombre, con la misma facilidad con que el encuentro nos asombró, después de tanto desencontrarnos.
Hacés que el aire se corte, hacés de cada día un día diferente del resto de los días, un día nuevo.
Han pasado las tormentas y han comenzado las tibias y aterciopeladas lluvias de un verano que empieza a marcharse. Te siento latir, mientras el ritmo cardíaco se acelera, producto de la fricción y el vicio noctámbulo de ahogarnos en un beso profundo, llano y lleno de certezas.
Por esta noche, no será suficiente y vendrá una sucesión de noches llenas de nosotros, de tentempiés y de repentinas pequeñas muertes que oscilarán entre arrepentirnos por la ausencia de un beso menos y el júbilo por un beso más.
Es darte en un beso salvaje, el amor, el dolor y el resto de mi vida, mientras el silencio es una delicia y el temor es un pedazo de paz que se empieza a morir cuando el despertar se hace madrugadas llenas de sonrisas latentes, puras y directas.
Decirte todo sin pronunciar una sola palabra, desmitificar el lenguaje hablado, reemplazándolo por el lenguaje sentido, vibrando todo el encuentro al compás de las caricias que se transforman en cenizas y acuarelas para pintar el horizonte que asoma por la ventana.
Repito, casi con desesperación, un último tango en la cama llena de secuencias, te susurro amor al oído y las melodías estallan de tu vientre, listo para reiniciar el ciclo de ese momento único, que irrumpe, tímidamente, sobre nuestros cuerpos unidos en danza ondulante.
Morir de amor es vivir amando, es resolver el misterioso signo luminoso que vive en algún rincón de este discontinuo y atemporal recuerdo, que muere esta noche porque revive al despertarnos pensando en que no estuvo tan mal y que lo vamos a repetir, con el mismo entusiasmo que supimos esperar para encontrarnos así, tan llenos de ganas de esperarnos, hasta decirnos palabra y coronar todo, con noches rebalsadas de palabras mudas, caricias interminables y persistentes, que resisten cualquier análisis, porque emergen desde la profundidad del corazón, que galopa al ritmo de las sábanas que nos esconden del reloj.
Una vuelta más… Te miro con la sinceridad que me lleva a elegirte entre ramilletes de mundo que hacen al mundo, vos sos una metáfora irresistible para cualquier mortal y yo, casi sin esperarlo, te inmortalizo mientras ahogo tu respiración con ese beso que esperó siglos y atravesó auras, hasta alcanzar tu boca llena de ausencia.
Hoy te elijo para seguir eligiéndote, hoy te dejo un regalo bajo la almohada y hoy puedo afirmar que el sol me ha dado asilo en su cuerpo.
Noches de sol, días de amanecer acostado en tu cama, colores en todo el cuarto… la concreción del amor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario