Tus manos y tu cuerpo frío, donde dejo caer una porción de mi humanidad
y repito, casi con el mismo fervor del principio, que te amo sin mentiras.
Desnudez y un diluvio de besos casuales… Te miro con sinceridad y
curioso, me sonrojo ante la palidez de tu piel encendida, te beso con
desenfreno y suavidad simultáneamente, no hay nada alrededor de tanto fuego.
Somos el boceto, mágico, que surge a fuerza de roces, caricias y frenesí,
astros y respiración agitada, el ida y vuelta de óculos que adornaban la
escena, tal vez, menos pensada.
Simulando lluvias en una hoguera de vanidades, nos detenemos sólo para
tomar impulso y seguir representando al amor en un acto inconmensurable.
Sentir la excitación y la cadencia de nuestros cuerpos conectados,
fundidos, sedientos de fulgor, de perplejidad que nos asombre, con la misma
facilidad con que el encuentro nos asombró, después de tanto desencontrarnos.
Hacés que el aire se corte, hacés de cada día un día diferente del
resto de los días, un día nuevo.
Han pasado las tormentas y han comenzado las tibias y aterciopeladas
lluvias de un verano que empieza a marcharse. Te siento latir, mientras el
ritmo cardíaco se acelera, producto de la fricción y el vicio noctámbulo de
ahogarnos en un beso profundo, llano y lleno de certezas.
Por esta noche, no será suficiente y vendrá una sucesión de noches
llenas de nosotros, de tentempiés y de repentinas pequeñas muertes que
oscilarán entre arrepentirnos por la ausencia de un beso menos y el júbilo por un
beso más.
Es darte en un beso salvaje, el amor, el dolor y el resto de mi vida,
mientras el silencio es una delicia y el temor es un pedazo de paz que se
empieza a morir cuando el despertar se hace madrugadas llenas de sonrisas
latentes, puras y directas.
Decirte todo sin pronunciar una sola palabra, desmitificar el lenguaje
hablado, reemplazándolo por el lenguaje sentido, vibrando todo el encuentro al
compás de las caricias que se transforman en cenizas y acuarelas para pintar el
horizonte que asoma por la ventana.
Repito, casi con desesperación, un último tango en la cama llena de
secuencias, te susurro amor al oído y las melodías estallan de tu vientre,
listo para reiniciar el ciclo de ese momento único, que irrumpe, tímidamente,
sobre nuestros cuerpos unidos en danza ondulante.
Morir de amor es vivir amando, es resolver el misterioso signo luminoso
que vive en algún rincón de este discontinuo y atemporal recuerdo, que muere
esta noche porque revive al despertarnos pensando en que no estuvo tan mal y
que lo vamos a repetir, con el mismo entusiasmo que supimos esperar para
encontrarnos así, tan llenos de ganas de esperarnos, hasta decirnos palabra y
coronar todo, con noches rebalsadas de palabras mudas, caricias interminables y
persistentes, que resisten cualquier análisis, porque emergen desde la
profundidad del corazón, que galopa al ritmo de las sábanas que nos esconden
del reloj.
Una vuelta más… Te miro con la sinceridad que me lleva a elegirte entre
ramilletes de mundo que hacen al mundo, vos sos una metáfora irresistible para
cualquier mortal y yo, casi sin esperarlo, te inmortalizo mientras ahogo tu respiración
con ese beso que esperó siglos y atravesó auras, hasta alcanzar tu boca llena
de ausencia.
Hoy te elijo para seguir eligiéndote, hoy te dejo un regalo bajo la
almohada y hoy puedo afirmar que el sol me ha dado asilo en su cuerpo.
Noches de sol, días de amanecer acostado en tu cama, colores en todo el
cuarto… la concreción del amor.
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