miércoles, 2 de abril de 2014

Capítulo 97 “Química epidérmica”



Mis manos, tus manos, mis pies, tus pies, mi boca, tu boca, mi cuerpo, tu cuerpo, un puñado de identidades que emergen de esa peculiar combinatoria de fechas, sucesos y ambigüedades. Fueron seguidillas enteras de momentos inmortalizados para ser contados, una quimera recreándose en el monumental instante en que empiezo a besarte despacito, al ritmo de esos segundos infinitos, que perduran, insistentemente, en la vida mortal que nos ve encontrándonos acá, hoy, que llueve amor por todos lados.
Nada nos dijimos y todo comenzó, mucho nos dijimos y todo se hizo enorme, como esa quimera inesperada que dice llamarse vos y yo, pero no termina de transformarse en nosotros llenos de magia otoñal, bañada de amarillo y gris.
Poder decirte, con el cuerpo entero, que nada nos separe de ahora en más.
Estuve pensando en quedarme en silencio, en no pronunciar palabra, en enmudecernos todo el tiempo, porque un beso es el comienzo interminable de un final abierto, de un imposible realizable, de un segundo en que el cielo se despeja y aparece el sol desnudo, para deslumbrarme sin timidez.
Y pensar que no pensaba estar pensando en vos, como pienso ahora.
Los tiempos son figuraciones imprevistas, declamaciones superfluas, es ahora el tiempo porque mañana tiene que ser este hoy, repetido una y mil veces, mientras las sábanas sigan testimoniando nuestros encuentros y evocando, en forma continua, un carnaval donde somos agua cayendo sin detenernos.
Químicamente hablando, somos miles de moles de moléculas flotando, una solución de pasión y deseo, un simulacro de tragedia visceral, dos agujas que se clavan en la profundidad de la medianoche, cuando la habitación duerme y todo se vuelve un incendio sin límites.
Y empiezo abrazando tu humanidad en su totalidad, descubro rincones y los invento, es encontrar la palabra adecuada para definir un momento irrepetible, colosal, constelado por tu piel que sabe a terciopelo y es un escenario repleto de vanidades que me llevan a elegir permanecer ahí, inmutable y adormecido en tu pecho que es una tentación para esos sueños que quiero concretar desde que supe que era posible dejar de imaginarte astro inalcanzable.
El arte de amar con locura cada milímetro tuyo, donde habitan mundos e inframundos trascendentes, vergeles de papel y comprender que dar un paso hacia vos es aventurarse en la loca sensación de darle nombre a esta historia que habla de flotar, de entender lo inimaginable y de cumplir cada sueño escribiendo una línea más todo el tiempo.
Y la noche nos divide en mil átomos que se dispersan, con énfasis, por todo el cuarto, adornando los rincones con reacciones epidérmicas y gotas de nosotros regadas por toda la noche que se hace presente de cuerpo, para que nosotros le demos el alma.
Y acá no hay dolor ahora, acá empieza el camino, dulce, del amor elucubrado, ascendente… la flotación corpórea no admite techos, se encamina y sube como la temperatura de nuestras existencias, cuando te brindo un cálido baño de besos mojados, rutilantes, saborizados con purpurina y ternura.
Y nos duele la vida porque se repiten las escenas una y otra vez, el reloj se detiene y nosotros no, podemos morir y renacer todo el tiempo ahora, y somos artistas de circo, olas que desafían al mar, romance de lenguas que degustan el aliento del otro, un itinerario difícil de comprender, un viaje imposible de no soñar.
Y nacemos para amar, porque de otro modo, el mundo es insoportable y hostil, oscuro y asesino, sublimado y mustio… pero, al nacer para amar, amamos para renacer y seguir amando, casi como un imperativo categórico, como el absoluto que nos halla fundidos, eternos y etéreos, danzando en círculos el vals de una noche que parece no terminar nunca.
Es estar exultante de júbilo, escribirlo en las paredes y en las nubes, decirlo en voz alta para adentro, mientras el pecho estalla de suspiros y verano, sintetizando el devenir, cíclico, de la espera que se viste de reencuentro.
Es dibujar y pintar cada intercambio y la ansiedad, la mirada expectante y las manos crepitando ante lo inminente.
Es químico y bidimensional, mil dimensiones que explotan mientras las sensaciones erizan la piel y te confieso haber esperado este instante en que me dejo morir adentro tuyo para siempre.
La ciencia que se desprende del amor y me permite afirmar que no voy a estar más sólo, desde que sé que sos real y el destino que elegí elegir.

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