domingo, 13 de abril de 2014

Capítulo 99 “Los climas en la distancia cercana”




Acostados, meditabundos, excitados… imaginarnos es poco a comparación de todo lo que podemos imaginar durante una vida entera, una vida entera donde nos atravesemos y el paso del tiempo describa sensaciones indefinidas. Una certeza que empezó a escribir fábulas inexplicables, pero sumamente realizables.
La noche sigue oscura y maquilla al flamante día nuevo, el oxímoron toma forma asombrosa, somos un torbellino que baña las sábanas de endorfinas, sacude el otoño y venera la calidez que el verano dejó morir al partir.
A veces siento que asesinaría a lo imposible, por un segundo adentro tuyo… y de ahí pasamos a construir la escena prohibida, donde las palabras son un festival, el camino lo enseñan tus piernas que se frotan con las mías, contagiando al resto de la piel y de nuestras vidas íntegras, que imploran al reloj no detenerse, sin entender que los que matamos al tiempo, en cada encuentro, somos nosotros.
Soleado hasta la médula, me empiezo a sentir vibrante, absorto y reiniciado como un ciclo que no tiene fin porque dejó de ser un ciclo para transformarse en una constante.
Ahora es pleno amanecer, la noche sigue maquillando la luz y pensamos en clave corporal, empieza el diálogo que hablan dos cuerpos lejanos en la cercanía más increíble. Inquietos, nos sentimos vulnerables y el deseo despierta al fin, pieles que se acarician intensamente, besos que se superponen con naturalidad, manos cinéticas que tocan todo en simultáneo, lluvia de colores arriba de la cama que nos une mágicamente, nos enseña a hacer del otro, ese amor irrepetible y doloroso, el que desgarra la templada coraza que los cínicos afirman llevar con orgullo.
Que me alcance con morir de amor, que te alcance con vivir gracias a este amor que no percibís que se extiende por tu vida, desafiando las leyes mundanas, gravitando entre cometas y astros que surgen de tu sexo deseoso de mi sexo que está enamorado de tus intenciones.
No me olvides esta noche, mientras la alegría se disemina por el aire, inconexo, de la habitación, dimensionalmente infinita.
Llegando al éxtasis, suplico por un segundo más amando entre tus piernas, por ese instante, fugaz, en el que morimos instantáneamente, coronando una toma perfecta para la fotografía de la posteridad y el brindis por una nueva cascada de emociones encontradas, producto de una imaginación que nos aclimata y no cesa en su marcha, gloriosa, hacia un orgasmo desmedido y certero, quirúrgico y universal, en este mundo que contiene dos amores que hacen el amor con arte y pasión desenfrenada.
Y vendrán impensadas repeticiones, extraños paisajes e inéditos versos esgrimidos con desborde y frenéticas ganas, mientras las constelaciones duerman y nosotros, dulces amantes, conquistemos la soberanía del sueño, llegando al clímax vital y clamando una vida más, para seguir viviendo la pureza de un amor impoluto, que se suicida para renacer, cuando nuestros puntos sensibles vuelven a tomar contacto celestial.
Dios escribió una historia de amor y la dividió en dos mitades que nacieron en tiempos y lugares diferentes, se desencontraron durante mil vidas y sufrieron los golpes del desarraigo y la utopía irrealizable, el amor es la vanagloria del poeta que ensaya versos inútiles, porque su destino es amar para escribir… esas fracciones se cruzaron y se amaron inconscientemente, desfilaron por miles de espacios anacrónicos, amaron equivocadamente, soñaron sin dormir, se encontraron y reescriben la existencia, determinante, de Dios en el amor.
Yo no supe que hacer cuando viniste, fue ver algo tuyo y empezar a temblar, fue saber tu nombre para entender las razones que me llevaron a suplicarle al sol, que me concediera la posibilidad de pedir la mano de una semejanza a su inmensidad. Y ahí fue que comprendí la necesidad de elegir, de enfrentar el desafío de atravesar coordenadas y verificar que sos tan real como esta intensidad que retumba en mi pecho con fuerza ascendente.
Ya es hoy, hoy es todo el tiempo y la distancia cercana es un reflejo de tus ojos, en ese mar que te desnuda para mí, mientras me deshago escribiendo estas líneas inútiles, ya que mi mundo nace de tu maquina cardíaca, que se mostraba hostil e impenetrable para un puñado de prosas escritas con dolor y mudo sincericidio, con ternura y recuerdos, con fe y sosiego.
Entre ríos y multitudes, pronuncié tu nombre al éter y la brújula me indicó seguirte hasta donde la vida no tenga más sentido que el de jurarte eternidad, abrazos y música en tus oídos.
Maldije tanto tiempo al tiempo, que es momento de pedirle perdón y un día más todos los días, para amarte entera, ocupar un momento más en vos y dedicarme mi último tramo de vida a dedicarte mi vida. Te pido que me esperes, que arrojes mil sonrisas al viento para que me guíe hasta tu pecho… Si me ves llegar convaleciente, dejame morir ahí mismo y no olvides, nunca, que existió un hombre que, alguna vez, te entregó su historia para que la guardes en tu vientre.

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