Capítulo 83 “Las ciudades”
Un
puñado de nombres que me recuerdan a vos.
Caballito
tiene la particularidad de ser un punto de inflexión en nuestras vidas; nos
encontró deslizándonos, casi sin querer, hasta encontrarnos con frecuencia en
uno de sus rincones más sensibles.
La
esquina del inicio donde, con el ritmo cardíaco del tiempo, ignorábamos la
existencia del mismo, omitiendo cualquier impericia o cobardía. Situar este
espacio, como el del comienzo, podría hasta parecer erróneo si no considerase
el nivel complementario de otros que lo constituyen y lo constituyeron desde
siempre, mientras ambos nos enfocábamos en atravesar la noche.
Acontecieron
aquí, miles de los millones de momentos en que sentíamos que la soledad era la
quimera inalcanzable y bautizamos nuestro amor en algún segmento galáctico
donde vimos acontecer una explosión de estrellas que brotaron de nuestras
pieles llenas de frenesí.
Recoleta
esconde secuencias inexplicables, pues desnuda una singularidad sin
precedentes. Yo te iba a buscar casi siempre por los mismos lugares y
seguramente, entre tanto paseo solitario, te habré cruzado innumerables veces
yendo y viniendo por Pueyrredón y Las Heras, o quizá descansando en Plaza
Francia o en el Palaice de Glace… hoy me toca ir a buscarte, y los nervios no
pueden disimularse.
Y
esperé sobre ese puente que decora y deja ver las luces deambulantes de
Figueroa Alcorta, veo una enorme flor plateada dormirse, tímida, cerca de donde
te espero.
Y
te doy un beso que el viento borra de un soplo y me pregunto si quiero que me
pellizque la realidad o seguir fundido con vos, pero la noche es corta y el adiós
se vuelve un acoso trepidante.
Villa
del Parque es la tranquilidad donde reside tu cuerpo lleno de vacíos que quiero
llenar, o quizá de llenos que quiero vaciar de tanto recuerdo ingrato,
manifiesto, estéril… y tu vida descansa en el verde y la tranquilidad de un
lugar donde el silencio se ve interrumpido, apenas, por el andar de los
colectivos y los escasos autos que pululan por tu cuadra.
Y
te llamo y te voy a visitar, me abrís la puerta expectante y transferís tu sonrisa
a mi cara, cuando el trajín y la rutina diaria me dejan hecho un despojo.
Me
despido de tu invisible humanidad, mientras camino lento y pasivo hacia algún
punto que me devuelva al oeste.
Almagro
es el punto asombroso de nuestra historia, es un álbum de fotos nuestras, un
torbellino de besos en algún sillón improvisado, una milonga resonando en
nuestros corazones nostálgicos, un tentempié delicioso y una canción de amor en
la Avenida Medrano esquina Corrientes una noche de sábado a las mil, cuando el
amanecer asomaba la nariz.
Fue
un cumpleaños, un masaje, la historia de mi madre, de tus manos, de las mías,
de dormirnos sobre un banco, de tomarme un trago y mirarte a los ojos llenos de
vos… el lugar de la unión definitiva, donde te susurré al oído, todo el amor
que tenía para darte.
Y
todo descansa sin fin ni principio, somos un arsenal de preguntas que no
responderemos ni responderá nadie, solo el amor comprende esto y es el lazo que
nos une sin decirnos nada, diciéndonos todo, sembrando cartas imaginarias en un
río lleno de agua que nos baña de algo nuevo que no sabemos qué es.
Valizas,
una costa donde los ruidos se oyen casi en su totalidad, nos contó que la
distancia une, que somos dos momentos en dos lugares distintos, pero que se
hablan con desesperación, muertos de vida en un abrazo postergado.
Roma
es la inversa del amor, y yo te sentí mía en medio de triquiñuelas italianas,
en la Fontana di Trevi, en el Coliseo o en la Basílica… en Turín, en Verona o
en Génova, en Nápoles, Sicilia o Milán… no importaba donde, yo sólo amaba y le
daba forma al calendario del amor por venir.
Villa
Ventana nos contó una historia bajo las estrellas, nos abrigó con nosotros
mismos, en medio de un frío colosal, soportando la crudeza del invierno
rozagante, caminando la montaña, leyéndote un póker de prosas derivadas de tu
nombre.
Devoto
y un cine lleno de abrazos, de miradas y de palabras mudas… de meriendas y
recuerdos, de caminos e ilusiones.
A
veces, se me vuelven caóticas las veces que anduvimos de paseo por lugares
donde la huella quedó grabada.
Hay
amores que no se repiten porque no están ni estarán, pero mi anhelo me dice que
este se tiene que dar, porque no lo buscamos sino que nos permitió encontrarnos
en el momento preciso.
Belgrano
fue la caminata previa al lugar donde escribiríamos y dibujaríamos al amor, un
retrato escrito y coloreado por los dos, un símbolo de tanto desencuentro encontrándose…
tarde de domingo, té y masas, cine, un globo de color rojo con forma de lámpara,
mil sueños en un instante, una cuevita llena de deseos y un paso hermoso hacia
la eternidad.
Vos
y yo conjugando el amor en una mesa de bar, hablando de todo y construyendo el
mundo… mirándonos a los ojos sin más compañía que los propios ojos.
Y
te vi toda hecha mi noche, mi caudal y mi musa… un papel pintado de colores, un
silencio frágil, un horizonte colmado de horizontes.
Y
en Ramos Mejía, te tengo frente a mí, en una mesa donde no hay multitudes ni
voces, sólo nosotros y la inquietud de saber que nos encontramos sin buscarnos…
yo siendo yo y vos vestida de Maga.
Una
ciudad cordillerana y una piedra con tu nombre grabado por mí hace años… aroma
a vino, a luz y a tus manos llenas de ternura.
Hoy
dejo de buscarte porque te tengo perdida en mi interior, mientras imagino que
un beso no puede esperar tanto para ser un beso nuestro.
Te
dejo uno en la almohada y sorbo un poco de café.
Me
recuesto en tu sonrisa y me río… me enamoré casi perdidamente y el compás
orgánico me dice que es cierto.
Del
sustantivo al verbo… del amor al amar.
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