Capítulo 65 “El reinicio”
En
general las historias tienden a tener finales felices, por una cosa o por otra
se destaca esa posibilidad de torcer el rumbo de las penas y generar ese final
que todos esperan. Acá no hay final, porque la historia recién comienza, se
mimetiza con la realidad, empieza a ser historia en cada segundo que va dejando
atrás, se exterioriza, se relame ante las posibilidades de ser una historia.
Podemos
hablar de mil sucesos que fueron transformándose en historia con final feliz,
pero las historias no deben tener finales, porque en ese caso, dejarían de ser
lo que son.
Nosotros
fuimos una casualidad causal de encuentro, un devenir acelerado por la lógica asombrosa
de permitirnos asombrarnos, un simulacro de realidad que fue volviéndose amor
en páginas que constituyeron una bella historia… y si redundamos en la figura
de la historia, es porque vamos encaminando este encuentro como tal, asemejándonos
a un momento inolvidable, a un epicentro que detona su cuerpo y nos convierte
en dos cuerpos que se sumergen en una simbiosis desmedida, colosal,
soberanamente líquida.
Yo
te vi volar desde lejos, penetrando en mi cuerpo como una flecha que envenena los
sentidos y enamora al ser, que se enamora de su propia muerte… es la muerte
como acción, morir de amor por esa figura que desfila frente a los ojos y
deshace la mirada en fragmentos de versos que no concluyen con precisión.
Vos
me viste sin mirarme, como sorprendida de mi existencia, de mi compañía,
elucubrando metáforas sin destino, pero que llegaron a vos producto de un azar
que quise construir para meterme dentro de tu vida.
Y
todo se hizo un enorme vaivén, una obra de teatro en medio de una realidad
indefinida, un suspiro en medio de un cuarto que añoraba luces que cortaran el
fulgor de nuestros seres fundidos en un torbellino de besos calmos, sedosos, de
esos que derriten la humedad de los labios que mueren de sed, de ansiedad por
un beso interminable, silencioso, maduro.
Es
la caricia implacable, el fervor inusitado, el desprecio por la finitud del
tiempo, por el pecado de no poder morir si seguís habitando mi vida.
Nos
embarcamos sin destino, dejándonos llevar por la pasión de un momento en las
estrellas, en la noche, en el reloj… fuimos arena en medio de una playa
inmensa, fuimos la primavera en medio de un otoño asesino, el color en medio de
una lluvia gris cayendo de un cielo avergonzado.
Algo
nos trajo hasta acá, alguien permitió que fuéramos un abrir y cerrar de ojos
atravesado por un amor de esos que relatan los grandes literatos, cuando
deciden ponerle tinta a hojas en blanco que nada dicen y todo lo niegan.
El
murmullo de tu nombre resonando con fuerza en mi atemperada mortalidad, el
deceso del corazón cuando le robaste su ritmo y su vida, la canción muda de un
artista deambulando por Buenos Aires, una noche de invierno en que los
bandoneones nos dijeron que éramos el uno para el otro.
Reescribir
todo esto después de un tiempo explorando y descubriendo rincones fugaces,
después de probar la pócima del secreto que el amor le oculta a los que le
temen.
Y
nos volvimos un hechizo que reinició su ciclo, las agujas dieron las doce y nos
dijimos la eternidad, el comienzo, el deterioro de un cuadro que nos
inmortalizó, cuando nos encontró sin defensas ante el choque de galaxias.
Si
te busqué con desesperación, fue porque en cada sueño podía oír tu llamado, en
cada letra que pronunciaba, tu nombre tomaba fuerza, mientras esa piedra lo
acobijaba en medio de una nada que supo fecundar este amor sin fronteras.
Risueños
y sagaces, frágiles y niños, vitales y murientes… nos dedicamos a amar, a amar
con el mundo. Te acaricié cada molécula, cada milímetro de piel, te regalé mis
ojos para no dejar de encontrarte al abrirlos. Me diste un lugar donde
esconderme cuando la noche acribillara mi existencia, un sendero donde
contemplar un deseo que pedí cuando niño. Por qué no alimentar semejante ofrenda
pensé? Entonces todo se hizo dinámico y ascendente, liviano y floreciente,
determinado y significante.
Una
ponderable suma de momentos, donde el poeta y su musa se convierten en el
centro del mundo y sueñan con recorrerlo sin detenerse.
Todo
lo demás quedó atrás y se hizo un collage de vanidades y esferas.
Elocuentes
y admirables, admirados y efervescentes… el amor deshoja la flor y deposita la
semilla en nuestra unión, ilumina cada minuto que evocamos nuestros nombres,
los define mientras ellos bailan, inconscientes, al son de un vals jamás
escuchado.
Cuántos
mortales podrán morir felices? Cuántos entenderán lo que es la resurrección
después de morir de amor? Cuántos lograrán amar antes de morir amando?.
Los
interrogantes se amontonan mientras nosotros escribimos una nueva historia… la
historia del amor que se reinicia.
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