jueves, 6 de junio de 2013

Capítulo 65 “El reinicio”



En general las historias tienden a tener finales felices, por una cosa o por otra se destaca esa posibilidad de torcer el rumbo de las penas y generar ese final que todos esperan. Acá no hay final, porque la historia recién comienza, se mimetiza con la realidad, empieza a ser historia en cada segundo que va dejando atrás, se exterioriza, se relame ante las posibilidades de ser una historia.

Podemos hablar de mil sucesos que fueron transformándose en historia con final feliz, pero las historias no deben tener finales, porque en ese caso, dejarían de ser lo que son.

Nosotros fuimos una casualidad causal de encuentro, un devenir acelerado por la lógica asombrosa de permitirnos asombrarnos, un simulacro de realidad que fue volviéndose amor en páginas que constituyeron una bella historia… y si redundamos en la figura de la historia, es porque vamos encaminando este encuentro como tal, asemejándonos a un momento inolvidable, a un epicentro que detona su cuerpo y nos convierte en dos cuerpos que se sumergen en una simbiosis desmedida, colosal, soberanamente líquida.

Yo te vi volar desde lejos, penetrando en mi cuerpo como una flecha que envenena los sentidos y enamora al ser, que se enamora de su propia muerte… es la muerte como acción, morir de amor por esa figura que desfila frente a los ojos y deshace la mirada en fragmentos de versos que no concluyen con precisión.

Vos me viste sin mirarme, como sorprendida de mi existencia, de mi compañía, elucubrando metáforas sin destino, pero que llegaron a vos producto de un azar que quise construir para meterme dentro de tu vida.

Y todo se hizo un enorme vaivén, una obra de teatro en medio de una realidad indefinida, un suspiro en medio de un cuarto que añoraba luces que cortaran el fulgor de nuestros seres fundidos en un torbellino de besos calmos, sedosos, de esos que derriten la humedad de los labios que mueren de sed, de ansiedad por un beso interminable, silencioso, maduro.

Es la caricia implacable, el fervor inusitado, el desprecio por la finitud del tiempo, por el pecado de no poder morir si seguís habitando mi vida.

Nos embarcamos sin destino, dejándonos llevar por la pasión de un momento en las estrellas, en la noche, en el reloj… fuimos arena en medio de una playa inmensa, fuimos la primavera en medio de un otoño asesino, el color en medio de una lluvia gris cayendo de un cielo avergonzado.

Algo nos trajo hasta acá, alguien permitió que fuéramos un abrir y cerrar de ojos atravesado por un amor de esos que relatan los grandes literatos, cuando deciden ponerle tinta a hojas en blanco que nada dicen y todo lo niegan.

El murmullo de tu nombre resonando con fuerza en mi atemperada mortalidad, el deceso del corazón cuando le robaste su ritmo y su vida, la canción muda de un artista deambulando por Buenos Aires, una noche de invierno en que los bandoneones nos dijeron que éramos el uno para el otro.

Reescribir todo esto después de un tiempo explorando y descubriendo rincones fugaces, después de probar la pócima del secreto que el amor le oculta a los que le temen.

Y nos volvimos un hechizo que reinició su ciclo, las agujas dieron las doce y nos dijimos la eternidad, el comienzo, el deterioro de un cuadro que nos inmortalizó, cuando nos encontró sin defensas ante el choque de galaxias.

Si te busqué con desesperación, fue porque en cada sueño podía oír tu llamado, en cada letra que pronunciaba, tu nombre tomaba fuerza, mientras esa piedra lo acobijaba en medio de una nada que supo fecundar este amor sin fronteras.

Risueños y sagaces, frágiles y niños, vitales y murientes… nos dedicamos a amar, a amar con el mundo. Te acaricié cada molécula, cada milímetro de piel, te regalé mis ojos para no dejar de encontrarte al abrirlos. Me diste un lugar donde esconderme cuando la noche acribillara mi existencia, un sendero donde contemplar un deseo que pedí cuando niño. Por qué no alimentar semejante ofrenda pensé? Entonces todo se hizo dinámico y ascendente, liviano y floreciente, determinado y significante.

Una ponderable suma de momentos, donde el poeta y su musa se convierten en el centro del mundo y sueñan con recorrerlo sin detenerse.

Todo lo demás quedó atrás y se hizo un collage de vanidades y esferas.

Elocuentes y admirables, admirados y efervescentes… el amor deshoja la flor y deposita la semilla en nuestra unión, ilumina cada minuto que evocamos nuestros nombres, los define mientras ellos bailan, inconscientes, al son de un vals jamás escuchado.

Cuántos mortales podrán morir felices? Cuántos entenderán lo que es la resurrección después de morir de amor? Cuántos lograrán amar antes de morir amando?.

Los interrogantes se amontonan mientras nosotros escribimos una nueva historia… la historia del amor que se reinicia.

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