lunes, 3 de junio de 2013

Capítulo 64 “El aniversario”



Y fue en silencio, en forma inesperada, repentina… trescientos sesenta y cinco días y un puñado de minutos, tal vez segundos. El reloj estuvo junto a nosotros en ese momento, de nuestro lado, el viento a favor, las nubes adornando un cielo que exhibía imágenes de antaño; dos secuencias protagonizando una escena irrepetible, con el candor digno de un verano que invernaba en nuestra cama, la cena estaba lista, los colores estaban presentes y vos y yo éramos anfitriones de nuestra propia coronación.

La paradoja de la negación nos encontró unidos por un destino que escribimos con amor, con gotas de lluvia, con tristezas alegres que culminaron con abrazos y contención mutua… vos y yo haciendo que el universo viaje, que la vida nos encuentre situados frente a frente, paso a paso, beso a beso…

El tiempo es condicional, porque emerge como esa aventura desventurada de vivir, como es cofre colmado de especiales recuerdos… cruzar unas palabras cuando ya sabías que ahí había estado siempre, esa despedida seguida de conversaciones domingueras, encontrarnos un rato para decirnos algo, la dinámica de casa encuentro virtual desplegándose en forma etérea, simultánea, contundente.

Volver a decirnos hola, hasta poder decirnos hola nuevamente, con el agrado del reencuentro, con la timidez del que busca aunque niegue que está buscando.

Poder decirnos que todo estaba bien, aunque reconociéramos que podría estar mejor si nos conociéramos más aún…

Encontrarme de pronto con que tu cumpleaños era cercano, con la pena de no poder estar ahí con vos, entender que los tiempos son fugaces, pero que pueden hacerse extensos en apenas segundos.

Dibujarte, escribirte, describirte y volver a dibujarte, saber que sos así tal cual me imaginé siempre.

No era un día más este, era un día llamado a ser bautizado como el día entre redundancias y monotonías significantes. Vos toda Pixelada en mi imagen nítida y esbelta, casi perfecta como un domingo a la mañana, mientras las alucinaciones empiezan a asombrarme. Me estoy enamorando de vos, ya estuve enamorado toda una vida y el lamento es no haberte encontrado aún.

Domingo a la tarde, una tarde sideral, de esas que el invierno no suele regalarnos.

Ya pasó más de un año de ese instante en que decidimos dejar de buscarnos, para empezar a encontrarnos… yo todo primera persona, vos toda mundo que daba sentido y precisión a este hombre-poeta perdido en la inmensidad de un reloj que parece pequeño, pero domina la vida entera con su sangre temporal.

Noches de canciones y cancioneros enteros, días de paseos y paseantes, sueños de futuro y futurismos temerosos por ser, algún día como este, un pasado delicioso y polivalente, el temor de no seguir encontrándonos desapareció detrás de una piedra que declama tu nombre escrito por mi nombre perdido en tus manos.

Los pasados a cuestas, viejos bagajes que empezaban a volverse livianamente sonrisas en tiempo presente, el brillo de tu risa iluminando mi devenir y mi sombra, la radio, los desayunos, los abrazos, las inquietudes, los exámenes, tus mejillas coloradas, mis miradas insoladas, la música, el teléfono, los clamores, las lágrimas, los torbellinos, el reencuentro, las charlas, toda una amalgama de silencios que gritaban al unísono… el amor está vivo.

Los regalos, mi libro de Artaud, tu ramo de flores, mis estampillas de Borges, tu flor de papel, mi bolsa de caramelos, tu Vuelta al día en ochenta mundos, mi beso apasionado, tu beso apasionado… nuestro beso infinito en un sillón andrajoso que sabrá contar la historia de dos almas que se decidieron a caminar los rincones de una ciudad que los abrazaría.

Todo este tiempo se hizo cenizas en nuestros corazones con forma de reflejo, esa visual cálida y latente, como un ensueño impostergable, como un sonoro poema de alguna pluma que porta un artesano celestial del verso bien expresado.

Algún momento iría a enseñarnos a amar… ese momento ha llegado.

Toda esta montaña de amor que se empieza a parecer a los grandes sucesos del amor inconquistable… ese amor que no es una guerra porque ha ganado todas las batallas, logrando la rendición de este tiempo que nos quiere postergar la necesidad de reencontrarnos en casa pensamiento.

Son cosas que jamás creí poder contar, recordar, escribir, entender… vivir.

Es el comienzo del año del amor, de lo inolvidable que es saber que juntos lo hicimos, que fuimos uno alguna noche estrellada de septiembre ávido de primavera… el rechinar de los labios que se besan con delicadeza, con frenesí, con indescriptible sensación de amor realizable.

Una noche de jueves a las mil, que nos encontró sorpresivamente enamorados de todo lo que veníamos buscando tiempo atrás… cuando el dolor nos abrigaba.

Y vos y tu desconfianza, y yo y mis ganas… todo el nosotros contando las horas para construir un amor en un año, este año que hoy nace de nuestras intenciones de amarnos con sinceridad, con ternura y con elementales raíces de amor.

Y el futuro inmediato que nos dice que mañana será un día más y que estaremos borrachos de nosotros mismos, recordando habernos dormido en un cine en Caballito, o besado en medio de un concierto de Rosario Bléfari, o perdernos en pleno San Telmo un sábado que no esperaba encontrarnos recorriendo su anatomía, o encontrarnos en Villa Ventana, llenos de rencor con las frías mañanas, un fin de semana de pascuas de resurrección, mientras el amor nos resucitaba, o tal vez en Plaza Francia, ignorando el alrededor, mientras la tarde nos regalaba un calor radiante y abrasador.

Yo vi la luna dormirse junto a mí, en un cuarto decorado con reinante oscuridad, yo le conté un cuento a la luna y le dije que amarla era preciso hoy y no mañana…

Vos viste el sol despertarte un agosto en tus manos, lo abrazaste y le dijiste que brillara sin culpas, que su madre lo amaba y por eso estaba en tus brazos…

La luna y el sol hicieron el amor y se despertaron ruborizados… enamorados… fundidos para siempre.

Nosotros vimos un paisaje mustio para pintar y lo pintamos… hace un año, ni más ni menos que un año atrás.

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