domingo, 26 de mayo de 2013

Capítulo 63 “Los niños”



Dulces esperas, insanas reflexiones, adolescentes corazones que arden como un fuego intenso, mientras buscan ese vientre que los contenga hasta salir al mundo. Si comprenden o no el lugar, la existencia, el color, es indistinto.

Los niños bailan, juegan, escriben; tal vez sin entender lo que quieren decir, con un lenguaje que los caracteriza, con la inocencia de los que viven el momento sin prisa, sin condiciones, como una mera acción repetida, cronometrada y olvidada cuando esa niñez comienza a menguar.

Nosotros nos encontramos jugando, tal vez improvisando nuevas formas de saltar una rayuela, o escondiéndonos de algún miedo trillado, pero con la ternura de ser un encuentro que derivó de una acción impensada, asombrosa, puramente lejana de lo que los destinos suelen anticipar. Oímos un rumor inesperado en medio de la ciudad, un manto de neblina espesa cubriendo las arboledas carentes de frondosidad, nos perdimos, nos pedimos, nos encontramos… las maravillas de la casualidad se vuelven causales.

Vos con tu niñez a flor de piel, yo con mi segunda niñez explorando lares desconocidos y flamantes, un zigzag lógico en medio del infernal ritmo del tiempo que se esfuma con la misma velocidad que la luz se expande. Fuimos el testimonio perfecto de que en la niñez todo es puro, intenso y sensorial… casi como esa ola de mar que podría lastimarnos con su salinidad, pero sin embargo atenúa el calor reinante en los veranos costeros. Y entonces hilvanamos, una, dos, veinte, ciento cincuenta, mil, cuatro millones de palabras, y el espacio se vuelve cercano, y las simplezas eternas, el color construye nuevas sensaciones y de él nacen todos los colores nuevos. Y reímos, reímos llorando, una mezcla de suculentas emociones y risueñas sensaciones, como acomodando el encanto en el punto justo para que venga a encantarnos. Y vibramos, vibrando nuestros corazones como dos cascabeles que emiten villancicos en un invierno que entra en recta final… al compás de pestañeos y guiños cómplices entre miradas que se conocen de otra vida.

Y tus dientes brillan, brillan a pesar de ese plateado que atraviesa en forma longitudinal tu sonrisa, brillan para mí, mientras provoco que se asomen cuando te hago cosquillas para que rías… brillan al son de tu carcajada que transforma tu cara en una deliciosa fotografía para mi tesoro de recuerdos.

Ya pasamos mi cumpleaños y el tuyo… el amor está a minutos de cumplir años y los niños lo intuyen. Quieren ser protagonistas de esa celebración, se miran con ternura y ocultan la emoción de saber que un hijo, derivado de ese hechizo, cumple un año.

Los niños esperan, las ansias suelen jugar una mala pasada, no pueden esperar y se lanzan a buscar con avidez ese instante.

Llueven memorables recuerdos… un niña que jugaba a describir duendes, que los definía como buenos, chistosos y que vivían en las plantas, que solían ayudar a la gente. Un niño que acostumbraba a jugar bajo los soles inmaculados y perversos del verano, de pronto se encuentra con alguien que lo malcría con caramelos y mensajes de amor.

Nos bautizamos, nos coronamos y nos decimos novios, compañeros, amantes…

Dos niños que se toman de la mano y pasean por los jardines de invierno de una Buenos Aires misteriosamente veraniega en invierno. Lo poco común del escenario, lo increíble de todo es la imaginación que tienen, se ven lozanos y caprichosos, felices y vivaces, sublimes y viejitos… un compendio de ilustraciones incompletas que vamos decorando con colores y espejos, un laberinto donde nos perdemos a descubrir los rincones de nuestros cuerpos danzantes, silenciosos, pieles que se unen formando un ánima de terciopelo azul.

Y nos buscamos en la puerta de la universidad, nos encontramos casualmente mientras las multitudes desfilaban hambrientas de vida, nos imaginamos mientras el desencuentro y la lejanía impedían la ceremonia singular de darnos un beso en la oscuridad de la noche porteña. Nos rompimos el corazón latiendo con la fuerza del viento y la velocidad de la luz que nos encontró colmando de sol este tiempo inanimado.

Yo no agradezco estar con vos, tanto como haberte sabido buscar a tiempo…

Me hiciste falta casi toda una vida y me seguís haciendo falta siempre que levanto mi vista o abro los ojos y no estás… pero el recuerdo me vuelve ligeramente maduro, y la niñez me vuelve tímidamente iluso.

Hoy somos los mismos niños de siempre, los que se enamoran de su corta edad y de su infinito amor por el tiempo que pasa y les da un beso en la mejilla.

Víspera de aniversario… sueños de un cuento shakespereano.

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