Capítulo 73 “El recreo”
Suele
afirmarse, en el mundo del aforismo, que quien se quema con leche, llora al ver
la vaca. Y mientras escribo estas líneas y te recuerdo, me brota de adentro,
como con asombrosa naturalidad, un llanto emotivo, sincero y lluvioso.
Y
confieso esto, porque estoy en medio de un recreo… un respiro de tanta vorágine
que asesina mis condiciones humanas y no me permite pensar en vos como
quisiera. No soy autosuficiente para sentir, siento a través tuyo, que me
regalás una mirada asombrosa, que se despliega por las calles del mundo donde,
en este momento, la inmensidad te esconde y el silencio te calla.
Algo
te acercó hasta mí y es indudable que algo me llevó a enamorarme, casi totalmente,
de vos.
Tal
vez, mi obstinada búsqueda de un amor, haya elucubrado nuevas sensaciones o
parques donde pueda dejar que mi sensación deje de ser sensación para
transformarse en una acción concreta.
Nada
nos detiene si queremos caminar la vida tomados de la mano.
Debo
viajar hacia el centro de tu corazón, para plantar allí, las palabras que no me
animo a decirte cuando te veo frente a mí, deshaciéndome con solo pestañear y
pronunciar, por un segundo, algo que me deje oír el son de voz cantando
canciones en forma de palabra.
Todo
parece insuficiente cuando me atrevo a desafiar al destino y al hacerlo,
comienzo a buscarte, infinita, por el mundo que decora cada lugar donde te
hallás.
Blanquecina
canción de larga cabellera y sonrisa inconmensurable. Un abrir y cerrar de ojos
te vuelven mi ocio más significativo, una lisa y llana hoguera de vanidades que
se endulzan con tu presencia continua.
Entonces
te imagino y empiezo a querer besarte la espalda con mis manos, enrularte el
pelo al compás de un tango dominical y beber el néctar de tu boca impregnada de
rocío matinal.
Al
margen de mi inconsciencia y de mi deseo irracional de querer llegar a vos,
dejar de pensar que es posible, sería tan suicida como creer que nada te sucede
cuando aparezco, tangencialmente, en tu pensamiento.
Y
es ahí cuando me lanzo, desesperado, a encontrarte en algún lugar donde las
coincidencias sean plausibles y el universo no nos vea enamorarnos.
Es
invierno y es inevitable querer todo con vos, no hay estación que pueda
impedírmelo, pero sí estación que pueda impulsarme a desearlo más aun…
entonces, sin dudar un instante, me propongo el desafío y salgo a ver dónde
puedo encontrar algún resabio tuyo. La soledad me lastima y tu lejanía me
duele, casi como si el aire que respirarse estuviese a punto de agotarse,
ahogado por la continua embestida de este destino que nos juega una mala pasada
y no permite nuestro encuentro.
En
el recreo, mientras todos mueren por un tentempié, nosotros nos encontramos tan
sólo para quedarnos mirándonos a los ojos, mientras simulamos que hablamos de
temas profundos.
Podríamos
quedarnos así un buen rato, sin embargo preferimos desentendernos de lo que nos
pasa, apelando a la ética de la responsabilidad y volviendo a las obligaciones…
no obstante, la mueca nos queda grabada y la magia empieza a hacer un recorrido
inquietante, dejándonos con la palabra en la boca y con la mirada dormida en la
mirada del otro.
Quiero
ir a dar una vuelta sencilla, sin objetivos claros, apenas con el espíritu
festivo de unas manos que se toman con fuerza y se dejan invitar a pasear. Quiero
seguir lo que el pulso diga y abrazarte con la calidez que un otoño le abre la
puerta a las hojas que respiran el aire noctámbulo de una Buenos Aires que nos
abriga de frío invernal.
Y
el tiempo se pone lento y la belleza se apodera de nuestro encuentro
desencontrado…
Y
respiro la noche de un instante eterno, mientras la totalidad del mundo se
marcha lejos, dejándonos desnudos bajo la luz de la luna que nos canta valses
al oído y arroja aguanieve desde las nubes que ofician de telón.
Y
bajo cristales danzantes y melodías vibrantes, nos decimos las cosas en el
idioma de los cobardes, engullendo cada confesión como si se tratase de un
crimen para con el alma.
Hay
algo que es bien nuestro y de nosotros depende sostenerlo.
Hay
cosas que no las devuelve el mero hecho de volver a quererlas, y la historia es
un anecdotario de cosas y hechos que nos vinculan en medio de un diluvio donde
el amor busca acogernos bajo su paraguas, mientras el arcoíris se prepara para
que trepemos hasta su cima.
No
partiré para renunciar sino que volveré para tomar lo que me dejes a mano.
Los
recreos son momentos donde nuestros pies deben descansar, luego de haber
caminado vidas enteras para vernos juntos, frente a frente, codo a codo, beso a
beso.
De
ese modo el amor deja de ser utópico y nuestros corazones siguen vivos… me
quemé con leche… me quemo una vez más.
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