Capítulo 77 “El reflejo”
Nos
miramos, gigantes, frente a un espejo que no nos enfrenta, sino que nos complementa…
no me alejo sino que me elevo, con gracia, para contemplarte e invitarte a que
vengas conmigo hasta este punto donde las calles no se cruzan sino que nacen
unas de otras, donde el color es la síntesis de un sueño profano, y nosotros
somos la sangre que aviva a esos colores que nos atraviesan como si de una gran
tela se tratase.
Entre
la indecisión y la intrascendencia del tiempo, nos permitimos respirar aún
sabiendo que los riesgos que corremos son importantes.
Y
hoy, mientras escribo un puñado de metáforas improductivas en tu nombre, me
dejo romper los cristales del dolor por cualquier viento ocasional que circule
alrededor mío, cuando la noche me abraza con desprecio y el día es la condena
que me toca vivir, mientras se extiende infinito y traslada la fiesta hacia
otras latitudes.
Dulces
y ambivalentes recuerdos que recorren las galerías, pertrechados en algún rincón
donde supimos hablarnos de amor.
Es
un mundo de escenas que se repiten, casi cotidianamente, con la magia
inexorable y las consecuencias que van a venir en forma inesperada. En un
momento donde las incongruencias y los desniveles son el ritmo que se respira,
yo quiero respirar un beso tuyo de esos que me dejan sin reacción ni
posibilidades de vida, porque traen consigo la pureza y el asombro de
comprender que podría morir de amor al ahogarme en la humedad cálida y profunda
de tu beso.
Los
sueños se vuelven delicadezas cuya impronta se inmola cuando la lluvia no viene
y el paisaje padece la sed de seguir siendo un simple paisaje.
Cerramos
los ojos para soñar y ocultar verdades que las palabras callaron, cuando
estábamos frente a frente y la delicia del aire sabía a perfume de media
estación. Las palabras son sordas cuando emergen, las miradas son mudas cuando
desean ver siempre lo mismo y el día se muere si no nos pensamos al menos una
vez.
Arpegios
de cuerdas que encantan ese momento en que el café es apenas un actor de
reparto, semblantes sonrojados por un acercamiento efusivamente caprichoso y
negador, tu cabello que permanece quieto mientras la inquietud de mis manos se
acelera cuando el deseo de acariciarlo llega al clímax.
Una
merienda de esas que uno no olvida aunque quiera, los momentos duran lo que las
voluntades de hacerlos durar quieran.
Detrás
de ese muro de humanidad, intuyo que hay algo más que un efímero momento casual…
acorazada y perpleja, sucinta y transgresora, interminable y hermosa. Estar feliz
es poder llenarte de mis ganas de abrazarte y conjugarlo en un interminable
abrazo de esos que son tan enormes, que parecen atemporales.
Endulzamos
la vida con momentos que no se terminan, saboreamos el día a día con encuentros
y desencuentros que nos vuelven más o menos felices, pero la intención de la
felicidad está y es más importante que la concreción del artificio nebuloso
llamado felicidad que todos pretenden como fin, escondiendo o perdiendo, de ese
modo, la posibilidad concreta de dejarse besar por el amor verdadero.
Y
entonces nos dejamos de pensar por un segundo y reflexionamos… nos ponemos a
evaluar las contingencias que el mundo trae aparejadas y comprendemos que hay
algo más que un simple ejercicio de admiración mutua.
Caminamos,
compartimos, debatimos y nos seguimos mirando con poderosa atención… el tiempo
y las cosas parecen desaparecer cuando nos enfocamos en esa retroalimentación feroz
que nace de nosotros, a veces un simple gesto acompaña y basta para que las
maravillas aparezcan en un instante.
Sin
entender lo que ocurre, dejamos que acontezca en forma natural.
Después
de todo, afirman muchos que el amor es un efecto de acción y reacción que nos
encuentra desprevenidos, sin más que nuestros propios corazones para comprender
que se trata de un estado de debilidad pero colmado de fuerza inmaculada.
Hay
momentos en que quiero decirte todo y hay momentos donde no te digo nada… pero
siempre estoy diciéndote mucho y nunca dejo algo sin decir. No pronuncio
palabras sino que me miro cuando te miro y no quiero despertar.
De
esos estamos llenos y, sin embargo, no hay fotografía que pueda capturar el
segundo en el que nos decimos amor sin decir palabra.
Reímos,
nos enojamos, sonreímos y nos dejamos ser en medio de una muchedumbre que cree
entender el mundo según sus reglas.
Nosotros
y un solsticio que se ha marchado.
Andamos
la vida sin amarnos y sufriendo por no hacerlo… todo lo demás es parte de una
acción que nace de esos espejos que nos visten y desnudan nuestra tierna
distancia.
Las
esquinas ya no hablan de nosotros y extrañan nuestras estadías.
Voy
buscando una señal mientras me pierdo en tu desorientación involuntaria… vas
pidiendo una canción mientras te canto melodías.
Hoy
y ayer igual que mañana y pasado… un
reflejo reflejado en una simple reflexión.
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