jueves, 25 de julio de 2013

Capítulo 77 “El reflejo”



Nos miramos, gigantes, frente a un espejo que no nos enfrenta, sino que nos complementa… no me alejo sino que me elevo, con gracia, para contemplarte e invitarte a que vengas conmigo hasta este punto donde las calles no se cruzan sino que nacen unas de otras, donde el color es la síntesis de un sueño profano, y nosotros somos la sangre que aviva a esos colores que nos atraviesan como si de una gran tela se tratase.

Entre la indecisión y la intrascendencia del tiempo, nos permitimos respirar aún sabiendo que los riesgos que corremos son importantes.

Y hoy, mientras escribo un puñado de metáforas improductivas en tu nombre, me dejo romper los cristales del dolor por cualquier viento ocasional que circule alrededor mío, cuando la noche me abraza con desprecio y el día es la condena que me toca vivir, mientras se extiende infinito y traslada la fiesta hacia otras latitudes.

Dulces y ambivalentes recuerdos que recorren las galerías, pertrechados en algún rincón donde supimos hablarnos de amor.

Es un mundo de escenas que se repiten, casi cotidianamente, con la magia inexorable y las consecuencias que van a venir en forma inesperada. En un momento donde las incongruencias y los desniveles son el ritmo que se respira, yo quiero respirar un beso tuyo de esos que me dejan sin reacción ni posibilidades de vida, porque traen consigo la pureza y el asombro de comprender que podría morir de amor al ahogarme en la humedad cálida y profunda de tu beso.

Los sueños se vuelven delicadezas cuya impronta se inmola cuando la lluvia no viene y el paisaje padece la sed de seguir siendo un simple paisaje.

Cerramos los ojos para soñar y ocultar verdades que las palabras callaron, cuando estábamos frente a frente y la delicia del aire sabía a perfume de media estación. Las palabras son sordas cuando emergen, las miradas son mudas cuando desean ver siempre lo mismo y el día se muere si no nos pensamos al menos una vez.

Arpegios de cuerdas que encantan ese momento en que el café es apenas un actor de reparto, semblantes sonrojados por un acercamiento efusivamente caprichoso y negador, tu cabello que permanece quieto mientras la inquietud de mis manos se acelera cuando el deseo de acariciarlo llega al clímax.

Una merienda de esas que uno no olvida aunque quiera, los momentos duran lo que las voluntades de hacerlos durar quieran.

Detrás de ese muro de humanidad, intuyo que hay algo más que un efímero momento casual… acorazada y perpleja, sucinta y transgresora, interminable y hermosa. Estar feliz es poder llenarte de mis ganas de abrazarte y conjugarlo en un interminable abrazo de esos que son tan enormes, que parecen atemporales.

Endulzamos la vida con momentos que no se terminan, saboreamos el día a día con encuentros y desencuentros que nos vuelven más o menos felices, pero la intención de la felicidad está y es más importante que la concreción del artificio nebuloso llamado felicidad que todos pretenden como fin, escondiendo o perdiendo, de ese modo, la posibilidad concreta de dejarse besar por el amor verdadero.

Y entonces nos dejamos de pensar por un segundo y reflexionamos… nos ponemos a evaluar las contingencias que el mundo trae aparejadas y comprendemos que hay algo más que un simple ejercicio de admiración mutua.

Caminamos, compartimos, debatimos y nos seguimos mirando con poderosa atención… el tiempo y las cosas parecen desaparecer cuando nos enfocamos en esa retroalimentación feroz que nace de nosotros, a veces un simple gesto acompaña y basta para que las maravillas aparezcan en un instante.

Sin entender lo que ocurre, dejamos que acontezca en forma natural.

Después de todo, afirman muchos que el amor es un efecto de acción y reacción que nos encuentra desprevenidos, sin más que nuestros propios corazones para comprender que se trata de un estado de debilidad pero colmado de fuerza inmaculada.

Hay momentos en que quiero decirte todo y hay momentos donde no te digo nada… pero siempre estoy diciéndote mucho y nunca dejo algo sin decir. No pronuncio palabras sino que me miro cuando te miro y no quiero despertar.

De esos estamos llenos y, sin embargo, no hay fotografía que pueda capturar el segundo en el que nos decimos amor sin decir palabra.

Reímos, nos enojamos, sonreímos y nos dejamos ser en medio de una muchedumbre que cree entender el mundo según sus reglas.

Nosotros y un solsticio que se ha marchado.

Andamos la vida sin amarnos y sufriendo por no hacerlo… todo lo demás es parte de una acción que nace de esos espejos que nos visten y desnudan nuestra tierna distancia.

Las esquinas ya no hablan de nosotros y extrañan nuestras estadías.

Voy buscando una señal mientras me pierdo en tu desorientación involuntaria… vas pidiendo una canción mientras te canto melodías.

Hoy y ayer igual que mañana y pasado…  un reflejo reflejado en una simple reflexión.

No hay comentarios:

Publicar un comentario