Capítulo 39 “Los sinónimos”
Por esta
noche somos un destello de luna, un concierto de piano o un acertijo escondido…
nos conocemos como las fases lunares, sabemos dónde y cómo estar. Un artilugio
que soborna con belleza toda certeza, un sombrero que nos cubre de esta
resolana ambigua, un tumulto de estrellas que se chocan entre sí.
Podemos llamarnos
ensueño o sincericidio intenso… ahora es cuando siento que sentir es un
sentimiento inigualable. Llueven palabras, no palabras al azar, sino palabras
con una carga emotiva inmensa, con un juego de corazones intenso, con el golpe
que impacta contra el pulso y resplandece en todos los rincones.
Hoy me toca
decirte tanto que, probablemente, nada vaya a decir, pues de mundo y de
palabras estamos hechos, de ternura y de amor vivimos, de colores y de
meriendas subsistimos…
Qué paradoja
resulta a veces el vivir en silencio, sin emitir algún término que nos permita
seguir sosteniendo la cantata amorosa, el inmaculado porvenir, una cascada de
iluminaciones simbólicas que representan este encuentro infinito.
Y entonces
apelamos a definirnos, a reencontrarnos, a desandar todo un cúmulo de estadios
variados que se coronan en nombres, y entonces somos pequeñitos, somos tiernos,
somos lejanos, como todo ese segmento que contiene mil puntos y hace a la
geometría del amor, un sueño profano.
Seres que se
enamoran al compás de una danza de hechos, un amor que nace de una piedra que
pronuncia tu nombre, una estela que deja rastros en el cielo enceguecido, un
cordón montañoso que custodia tu gracia, mientras yo me encargo de disfrazarla
con algún apodo o sobrenombre complementario.
Mucho misterio
deambulando, la extraña retórica que hablamos cuando mencionamos este sueño
extraño que nos encuentra tomados de la mano en cualquier momento del día.
Nombrarnos con
sinónimos… amor es nosotros, caminar es vivir, amar es hacer noni, extrañar es
venime a buscar, dormir es hacer nono, mirarnos es jugar al cíclope, y todo
aparece mágicamente.
Los eufemismos
de los que se quieren… las bolsas que te llevaba a la esquina donde solemos
encontrarnos, enfundado en tus brazos y acariciando un segundo de tu alma
desnuda, lozana como el telón de terciopelo que cubre el escenario donde somos
una obra de teatro inédita.
Libres como
esa brisa que recorre nuestros cuerpos, un ventarrón efusivo que cosquillea mi
cuello cuando un beso carmesí empieza a rozarlo con timidez.
Regalame melodías
preciosa fruta otoñal… simulemos que somos un enorme campo sembrado de
alegorías y submundos que ocultan cada noche de indescriptible pasión que
hayamos escrito, y detonamos una bocanada de suspiros que explotan cuando
nuestros alientos se desesperan por respirar a la velocidad del rayo que
exprime nuestras pieles sedientas de fulgor.
Inventores del
amor hablado, del pentagrama musical de los cuerpos que resultan músicas elocuentes,
divinas, inconmensurables… sin decirnos nada nos hablamos en la oscuridad, en
medio de un territorio floreciente, menguado, atemporal.
Somos hijos
de una estación amarilla, aciaga, maltrecha… un enfoque sideral del tiempo que
nos toca vivir.
Y de pronto,
un diluvio, un ruido inanimado, las voces de las cosas abióticas, el resplandor
de un abrazo eterno… sombras que bailan un vals delicioso, trazos de una noche
que pintó las luces mañaneras.
Sentirme cercano
en la lejanía, teofanía contemporánea, un desliz que solo vos y yo podemos
comprender.
Un diccionario
lleno de nuestro dialecto, la constelación de los signos que alfabetizan a
nuestro amor otorgándole cuerdas vocales y onomatopeyas saborizadas.
Una elíptica
aventura hasta tus labios que me llaman, los recorro con la yema de mis dedos,
los acaricio tácitamente, los dibujo en mi mejilla, entramos en conexión, en frenesí,
en la dulce mitología de los cuerpos que se besan suspendidos en alguna galaxia
desconocida.
Bailemos esta
noche amada… puede ser la penúltima eternamente, puedo ser el último.
Podés ser
todo el vocabulario, todas mis rimas, todas mis creaciones… quiero que seas la
única.
nosotros... sinónimo de universo.
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