Capítulo 46 “El cumpleaños parte I”
Abril
de los olvidos, conjuros antepasados y el alivio de no ser sólo abril y yo…
allá a lo lejos un nene que sonreía mientras desfilaban las figuras que lo
acompañaban. Mamá, los hermanos, algunos amigos y amigas, el júbilo, la música,
el griterío ensordecedor, la sonrisa pegada a la cara como un souvenir.
Era
abril, el mes del otoño silencioso, el de la reflexión y la soledad, el del
ensueño y la zozobra… un período signado por las derrotas, por el trajín del
inicio de la cursada, de la responsabilidad con el trabajo y las obligaciones.
Todo se correspondía con la estructura, con el ápice de la desventura
cumpleañera de quien escribe.
Habían
sido años enteros de no pretender más que un día más en mi vida, como si se
tratase de una nueva desventura, de la desilusionante situación de estar por
estar en este mundo. Miles de lunas que se desvanecían, y yo… buscándote por la
ciudad.
Fin
de mes… semana misteriosa. Voy a tu encuentro, la sorpresa es sorprendente… la
espera es desesperante. No me dan los pies para llegar, aunque tengo que
esperar a que vos llegues primero.
Hace
frío… es casi mayo, en este tiempo juntamos un cajón, enorme, de diapositivas
nuestras, escribimos mil anécdotas y nos dimos todos los besos posibles, aunque
deseamos darnos una vida entera de ellos.
Aprendí
tanto que, quizá, no vayan a alcanzarme los capítulos para contarlo. Besé con
fervor, por primera vez, una boca colmada de besos que esperaba que llegaran a
encontrarse con mi boca. Tomé unas manos tersas, sedosas, con perfume a vos,
casi como las había imaginado durante la búsqueda desenfrenada que experimenté
mientras te inventaba. Probé un cuerpo, tocándolo milímetro a milímetro, como
moldeándolo, haciéndolo mi arte y parte de mi arte, musa infinita, añeja y
deliciosa como la copa de ese vino místico. Sentí pulsaciones, el infarto de un
corazón enamorado, flechado por un ser que nace dentro de él, por un amor que
lo desborda hasta hacerlo estallar. Toqué el cielo con mis ojos cuando nuestras
miradas inmortalizaron un beso de película, frente a figuras que bailaban tango
en medio de un lúgubre salón. Concreté el sueño de dormir dentro del amor de mi
vida, recorrer la anatomía de su alma, pintando murales en su vida.
Y
entendí que el amor era un sendero atravesado por vos, que vos eras un paisaje
de ensueño en medio de tanto gris, y la materia mundana con que quería darle
vida a este amor inmortal, consecuente, omnipresente, un trance asombroso,
desmedido, inconmensurable…
La
noche se prestaba para volverla incomparable y tal vez haya sido la noche de
cumpleaños más inolvidable que haya pasado desde que vivo en este lugar que,
según dicen muchos, se llama planeta tierra.
Y
seguramente, vaya a estar agradecido hasta el día que vuelva a reencarnar en
otro cuerpo, o en este mismo, este día lleno de magia que una maga que Cortázar
no conoció y yo, sin embargo, amé alocadamente, me regaló.
Vos
supiste detener el tiempo, todos los festejos que postergué se coronaron aquella
noche… mirarte diferente, mirarte toda, sentir que te elegiría mil veces más, y
que el alrededor era pura figura simbólica, mientras una repetición de besos
continuos, decoraba la noche más extensa que mi felicidad haya conocido.
Y
siempre supe que eras un libro que no dejaría de leer, una historia que no
dejaría de escribir, un cumpleaños que no iba a dejar de celebrar… porque los
protagonistas de esta historia somos el escriba y la historia, las palabras y
los hechos… y ese libro es una lección de vida… una esperanza de saber que hay
cosas y gentes que vale la pena guardar en el cofre imaginario que uno guarda
dentro suyo. Un momento, una risa, una canción, una caminata, un regalo, un
sueño.
Un
bollo enorme de papel que envuelve mil dulzuras de todos los gustos, una
cebolla de regalos que fluyen y me devuelven a la niñez… una lágrima, la emoción
de un infante que creció en demasía, y que vive casi al borde del llanto, su
primer cumpleaños feliz.
Colores,
sabores, sensibilidad, tus manos, mi asombro, tu amor, mi caja de pandora
envuelta en cientos de días que evocan un reencuentro que nos hizo aquel
domingo en que nos encontramos, coincidiendo por primera vez.
Una
velada cargada de emotividad, de cena, de amor, de enamorarme cada segundo de
tiempo detenido, de tu persona, de mi mujer soñada, de ese día que respira
porque no ha de morir…
No
dejar de mirar con júbilo todo lo recibido, no dejar de mirarte a vos… de
decirte todo en idiomas que llenaban mi cabeza y no me permitían pronunciar
nada de todo lo que esa noche te dije…
Sentados
en un umbral… un último instante.
Una
llama que enciende un pastel improvisado, un pastel pequeño que concentra todo
el amor del mundo… un pastel con adornos de color y chocolate.
No
entender nada y pedir a gritos un pellizco…
Pedir
los deseos que siempre quise pedir, frente a quien siempre fue un deseo.
Soplar
y recibir mi primer regalo de cumpleaños… un beso tuyo.
Tres
deseos que son un solo deseo multiplicado por tres… no dejar de amarte… no
dejar de sentirlo… no quedarme sin voz para poder repetirlo… no quedarme sin
vista para poder expresártelo… no quedarme sin sentidos, para seguir sintiendo
que te amaré mientras este día siga dormido y con ganas de seguir soñando ser
este día… el día de mi cumpleaños feliz.
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