domingo, 17 de marzo de 2013

Capítulo 45 “El cine”


Hay lugares encumbrados que nos encantan, nos permiten construir momentos únicos, inolvidables, deletéreos.

El encanto del erizo… frotarme las manos, auspiciosamente, sabiendo que algo nos encantará y nos dejará transportar nuestro amor en el tiempo, en el espacio, una Torre Eiffel en Buenos Aires, una primavera en un otoño que nos encuentra tomando un café en Havanna.

Y nosotros invadimos los cines, nos acurrucamos en sus butacas y sentimos el calor de nuestros cuerpos… nos perdimos la película porque estábamos pendientes de nosotros, de sentirnos, de invadirnos con caricias, con ternura, con interés.

Es la desmesura con la que se actúa cuando hay amor, cuando afloran tintes inmaculados de nuevo mundo, de instancias que no conducen a nada, pero que conducen a todos lados. Ciertamente, nosotros sabemos conducirnos hacia donde nadie más que nosotros mismos, podemos encontrarnos.

Dicen algunos alquimistas entendidos, que lo difícil es la censura de la felicidad, el resabio de un espacio que no comprende cuando la alegría es unánime y puede volverse una contagiosa epidemia… la panacea es el amor, el que sale a borbotones de nuestros cuerpos mientras inundamos de sonrisas el suelo, y todo se vuelve un gran río de enamoramientos simultáneos, donde prevalece este único amor que es el que nos tiene como protagonistas.

En el cine encontramos un lugar donde comunicarnos, donde embellecer tanta belleza, donde fingimos estar compenetrados en una escena, aunque nunca dejemos de tomarnos con fuerza la mano.

El cine es gloria en ratos de frío, es Woody Allen y nosotros, atónitos, pequeños, encendidos, prestando atención a un nuevo paso, que estamos a punto de dar.

Y es nuestra propia película, un libreto escrito por nosotros, un corolario de escenas que quedan guardadas en la cinta que convive dentro de este romance, con tantos momentos hermosos.

La escena de un beso en la puerta del Village en pleno Caballito, o en Av. Corrientes, o en el centro de la pista de baile en La Catedral del tango… la despedida final en Acoyte, o en Almagro, o en Costanera Sur… la pelea en medio de Villa del Parque, Ramos Mejía o Microcentro… el reencuentro en Boedo, o en la esquina del amor o en cualquier lugar donde podamos reemprender este andar que dibuja un camino decidido a no concluir jamás.

No somos actores centrales porque nuestra película es una ficción dentro tanta realidad de fantasía… es un cuento de Shakespeare que viene a definir una forma de vida dentro de tanta muerte súbita. Y no perecemos porque nos prestamos la vida cuando el otro necesita resucitar, y no nos morimos de amor porque sabemos que preferimos sentirlo y vivirlo todo el tiempo, ahí tenemos el secreto y es parte de los tesoros que alguna película de Bergman, o de Fellini o de Lynch pueden esconder, mientras desnudamos nuestros cuerpos y actuamos en Lo que el viento se llevó al compás de alguna pieza musical de Elvis Costello o Alvy Singer Big Band…

Y le ponemos música al rodaje, pero nada es comparable a actuar, a vivir en acción, luz y cámara, en vos, yo y el amor asolando un mundo que nada entiende de amor, porque se ha vuelto insensible.

Y nos volvemos un tango en París, una muchacha ojos de papel en Roma, un extranjero en suelo espacial…

Y jugamos a los nombres que bautizan un puñado de acordes sencillos y un puñado de sensibles minutos. Y sos Laura, Carmen, Ludmila, Maribel, Candelaria, Julia, Rosemary, Yolanda, Ana, Peperina, descalza camina y así sos el mundo… pero mi mundo tiene tu nombre y está escrito sobre un pedazo de naturaleza… y te volvés un himno en mi corazón y quiero regalarte dulces melodías. Y aunque no soy Silvio Rodriguez, ni Spinetta, ni Charly, ni Litto Nebbia, puedo pedirte que hoy seas mi canción y que me alcancen las notas para cantarte que te amo.

Son ocho, dieciséis, treinta y cinco o miles de milímetros de filmación, una postal o un afiche, un Oscar o Love Story… pero todo tiene un fin específico y produce un aire diferente.

Acabamos de salir del cine y siento que algo está por pasar, te beso la mano con timidez, con la audacia que las calles se animan a besarse en cada esquina cuando se encuentran, te toco el pelo y no puedo creer que estamos acá, diciéndonos todo lo que nos decimos… te invito a cenar, aceptás gustosa, la velada entra en el epílogo del guión.

Despierto… un mensaje me dice: “sólo quiero estar entre tu piel”… el paso previo a la felicidad es escribir la historia de nuestro amor, inmortalizarla.

“y las violetas que coronan tu tristeza
y las guirnaldas de tu inmensa soledad
sos tan hermosa que jamás vas a dejar de brillar así
aquí o allá
sos parecida a los planetas que se mueven por ahí
que no podés parar ya nunca de girar”

Abril es la antesala al momento en que vaya a querer besarte hasta morirme… que me quede un soplo de tiempo… que pueda pasarlo a tu lado.

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