jueves, 14 de febrero de 2013

Capítulo 30 “Los puntos cardinales”


Y pasaron las fiestas y las celebraciones, vos y yo encarando nuevas aventuras… sólo sentirme sentir, tan simple como ilustrarte en devotas hojas blancas. Engalanando las noches, Uruguay me queda a la vuelta, pero lejos… demasiado lejos.

Es un suspiro donde rememoro y recuerdo el sonido y la cadencia de ese “chuick” o ese “mua” estrellándose en mi boca.

Entonces surgen mapas, direcciones y teléfonos… un universo de despiadadas distancias que nos destrozan el corazón. En la mustia madrugada de verano, vos en una playa y yo alumbrándote desde el otro lado del charco, una aventura desmedida, un silencio interrumpido por la dulce perpetuidad de sentirnos parte y arte.

Entre vos que sos chiquita y yo que soy un nene disfrazado de hombre, reacomodamos el mundo, lo teñimos de nosotros y le imprimimos la huella de los bonis que se molestan aunque haya un océano de agua dulce de por medio.

Escucharte es encenderme, volverme resplandeciente, sólido, volátil, impregnarme de aire rioplatense.

Quiero contarte historias y te tengo lejos, una mueca de felicidad se instala en mi semblante cuando el celular prende su luz anunciando que estás. Quiero oírte reír, quiero verte correr, quiero reencontrarme con vos en la esquina donde parimos un romance inédito…

Mi nivel de enamoramiento asciende, se evapora y vuelve a llover. Sos responsable de mi ritmo cardíaco, de mi zozobra nocturna y de mis infinitas ganas de contarte esto en secreto.

Son decenas de noches donde jugar a descubrir la fiesta de nuestros desnudos cuerpos, vaticinaba este presente atravesado por besos y profundas palabras de amor en silencio.

Es oler el aroma de las sábanas, recordar con nostalgia la textura de las mantas, de tu piel, de tu pelo, de tu partida inesperada… hay segundos en que el calor de Buenos Aires se vuelve intangible, foráneo, displicente.

Nubes que iban y venían, palomas que reflejaban mis ganas de llegar cuanto antes a tus brazos colmados de purpurina y almizcle, en un paisaje bucólico intrascendente, pero absolutamente nuestro.

Soy un muñeco inocente, de trapo y colores, que se posa liviano sobre tu balcón y te arroja cartas sobre la cama. Sos el jugo de una naranja dividida en dos partes que se extrañan en simultáneo.

El embrión de un impulso desenfrenado, la correlación entre dos almas que determinan un aleph lleno de pasadizos y sombras, la mixtura de los colores al amanecer y cuando el día muere… todas libertades que se superponen y escriben la historia del mundo.

Totalidades que hablan de nosotros, del descubrimiento de un lugar en algún sitio recóndito donde guardamos todas nuestras vivencias, casi tan místico como esa tierra donde la mujer de Lot se volvió estatua de sal.

El desarraigo y la dorada secuencia del beso que espera tendido sobre la hierba de algún parque que nos rememora.

Adorarte resulta insignificante, desmedidamente pobre, humanamente imposible… es esconder una parte importante de todo lo que quiero decirte cada vez que te veo.

Yo sé que vos podés marcharte imprevistamente, pero sé que no quisiera que lo hagas… sé que podrías abandonar el paisaje, pero revivirías en cada fruto que recoja de él… sé que la eternidad no existe, pero empiezo a creer en su realización, mientras tus ojos me sigan asilando en su profundidad.

Quedaron mil anécdotas que contar: dormirnos en el cine, despertarnos con el tiempo justo para llegar al trabajo, desayunar una merienda hermosa, las cartas, tu malhumor y mis derrapes, los señaladores, las estampillas de Borges y el llavero, la tarjeta de Brecht y los caramelos, las monedas de un peso y los exprimidos, el Cinzano en La Catedral y los suspiros, los masajes y acurrucarnos en las paradas de colectivos, crear con vos una agrupación política y leer los diarios, escribir en una plaza una editorial y repasar para los finales, llorar y contenernos, sonreír y entendernos, brillar y extrañarnos, sucumbir y levantarnos, correr y mimarnos, cenar y querernos, anochecer amando, despertar renaciendo.

Nos resta empacar para irnos, recorrer las latitudes y borrar los puntos cardinales para buscarnos por amor y no por orientación…

Nos queda bailar un tango y cantarnos una canción en algún rincón de nuestra casa…

Nos queda tanto por vivir, que no pienso siquiera en morir…

Todo es descendente ahora…

Tus manos…

Tu boca…

Vos…

Amarte es volver a vivir, es recordar el rubor de tus mejillas, el plateado de tu sonrisa y el lustre de tu aura imperceptible.

En algún lugar estás, tal vez más adentro mío de lo que creo… te dejo descansar ahora que escuché tu voz. Te acuno y me vuelvo bebé en tus sueños… mañana es tiempo de los dos.

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