Capítulo 36 “Las imprecisiones temporales”
Mirarla llegar
es un anhelo, un eslabón vertido en un aljibe, la frescura de una bienvenida
inesperada… en todo este tiempo me dediqué a extrañarla, quizá ella no lo sepa,
el ramillete de historias que le conté haya sido insuficiente o directamente no
haya nada que esperar, porque nunca se fue.
Recién está
llegando, se ve hermosa aunque no la puedo ver, sus manos dibujan el horizonte
que afronta al caminar, se sienta a descansar y contemplar el sol.
Es un
enigma, un equinoccio, una leve y suspendida caricia que me toca la cara, un
presagio inmaculado que deviene en realidad. Está dormida pero soñando
despierta, concretando sueños y divagando sobre una nube, suspendida en el
cielo de abril en primavera.
Una mirada,
una inspiración, una maravilla que ronda la faz del mundo, mientras la mitad de
la luna enseña su cuerpo y la otra mitad le ilumina el paisaje donde ella juega
a ser una nena que baila valses con el verano que empieza a asomar.
Acá todo
está en calma, menos mis ansias por verla… un segundo de ella es un infinito
abrazo que me abrigará de este otoño que acaba de despertarse.
Yo me quedo
dormido mientras las horas me ponen a leer y avanzar en mi camino hacia la
licenciatura; quiero seguir siendo su sociologote, su fetiche conocedor de
calles y creador de artificios literarios, su merienda llena de ternura, su
número de la suerte, su abrazo noctámbulo.
Ya le
escribí un arsenal de relatos que lee cada vez que puede, es mi forma de
atenuar la distancia y hacerla menos distante. No tengo demasiado, apenas mi intención
de cuidarla, amarla y regalarle sortijas de un carrusel imaginario, donde las
vueltas duran lo que un día en la tierra.
Estoy creciendo,
crezco a su lado sin que lo advierta… mi reino es caminar de su mano, aunque de
un sueño se trate.
Las horas se
vuelven crueldades y vaivenes, una imprecisión del reloj que ejerce un tirano
poder sobre nuestro amor desencontrado.
Y, sin
embargo, no llega del todo, se esfuma a través de los vidrios y las ramas
estivales que empiezan a pedir asilo en algún hogar de café y medialunas. Ella no
termina de venir, porque ella es todo lo que mantiene vivo este deseo de que
esté acá, en mis brazos, donde el silencio se ve interrumpido por mi voz que le
lee cuentos para dormirse profundamente. En mi pecho, cerca de mi boca que le
canta una canción de amor enamorado, que la nombra porque es ella todo el
nombre de esta canción.
“She may be the face i
can't forget
the trace of pleasure or
regret
maybe my treasure or the
prize i have to pay
she may be the song that
summer sings
maybe the children autumn
brings
maybe a hundred different
things
within the measure of a day
She may be the beauty or
the beast
maybe the famine or the
feast
may turn each day into a
heaven or a hell
she may be the mirror of my
dreams
a smile reflected in a
stream
she may not be what she may
seem
inside her shell....
She, who always seems so
happy in a crowd
whose eyes can be so
private and so proud
no one's allowed to see
them when they cry
she maybe the love that
cannot hope to last
may come to leap from
shadows in the past
that i remember 'till the
day i die
She maybe the reason i
survive
the why and wherefore kind
of life
the one i care for through
the rough and ready years
Me, i'll take the laughter
and your tears
and make them all my
souvenirs
and when she goes i've got
to be
the meaning of my life is
she....she
oh, she…”
Soñarla es
tener un motivo, es el fragmento de algún verso que aún no se ha escrito, la
delicada cadencia de un acorde musical que esgrime cuando la escucho llamarme,
nombrarme, extrañarme. Somos un cauce donde los mundos se vuelven palabras que
nadie pronuncia, porque somos los dueños de todo lo que acontece en el mundo
cuando nos reflejamos, cuando nos sentimos, cuando nos volvemos ciegos que
recorren la periferia del otro con curiosidad.
Y yo me dejo
caer, me elevo clarividente sobre la cima de esa montaña donde la bauticé amor
de mis días, donde descansa el origen de este relato, donde quisiera pedirle
que el para siempre sea el camino elegido por los dos.
Los delirios
de un poeta que conoció el amor y se dedica a extrañarlo, aunque ese amor esté
dentro suyo latiendo.
Ella es toda
ella, ella es un momento en el que quiero morir, una esquina donde quiero darle
mi último beso, mi última palabra, mi último aliento… ese hilo de vida de donde
pende el pergamino que define un amor que se erigió mientras el mundo se
olvidaba que el amor es un universo donde solo entramos ella y yo.
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