Capítulo 33 “La Península”
La bella
Italia… un lugar peninsularmente lejano, extenso, añejo. El mundo está en
movimiento, nosotros también, aunque no se perciba. Todo parece regresar a su
estado natural, al inmutable estado de las cosas que no existen, la quietud
inquebrantable de la vida sin vos.
Te extraño
con los cinco sentidos y con este sexto que me permite atenuar esta ida que
quiero que se vuelva vuelta… son los deseos, las manifestaciones de miles de yo
en mi cuerpo, que reclaman con energía, que estés acá.
I just don´t
know what to do with myself… esperando el atemporal reencuentro, el limpio
contacto entre nuestras voces que no se oyen, pero que se hablan, entre
nuestros cuerpos que no se tocan pero se sienten, entre nosotros que no podemos
tomarnos de la mano, pero que vamos de la mano en todos los lugares del mundo
que nos encuentran distantes. Nos abrazamos, cuasi osos, en el invierno europeo
y en el verano americano… Buenos Aires mandando besos transatlánticos a Roma,
mientras te escribo una historia, mientras las casualidades se asocian a las
coincidencias, y el resto del alrededor se mira al espejo.
Somos dos
personajes de ficción, perfectamente complementarios, yo soy un cascarón rígido
que contiene las debilidades que te permiten hacerme berrinches a los que acudo
con gusto, símil refugio insoslayable, del que tenés la llave para abrirlo. El juego
de las vanidades, el instante galante en que te invito a caminar… vos sos todo
un escenario, una obra de títeres que me devuelve la niñez, la figurita que
llena el álbum, el caramelo media hora que encuentro oculto en mi bolsillo,
cuando la pena me invade.
Aún sigue
perdurando el recuerdo de Rosario Bléfari y Guillermo Pesoa en el Kónex, la
pizza en Los Inmortales, la tarde de domingo en Havanna, luego de una noche de
intensidad y confesiones, el retrato de tu rubor encendido cuando enfrentábamos
el irremediable momento de ahogar nuestros ojos en la mirada del otro. No existe
un momento en el mundo, sino el simple hecho de habernos encontrado… el
corolario de todo esto es nuestra imagen pendiendo de una imagen colosal de un
horizonte en degradé.
Tu nombre
descansa en una piedra y por eso sé que en algún lugar siempre vas a estar, si
tiene sonido y melodía es porque se vuelve recurrente pronunciarlo todo el
tiempo; tus manos siguen fecundando la imponente montaña donde espero poder tomarlas
con fuerza, cuando llegue el momento de decirle a todo el mundo, desde la cima
de ella, que mandé a mi corazón de viaje hacia el tuyo.
Mientras vos
das la vuelta al mundo en un puñado de días, yo escribo un ramillete de versos
para que no sea trillado el acto de extrañarte.
La lontananza
me sienta bien, no es tenerte acá pero es poder imaginarte en diferentes
formas, colores, movimientos… es aprender a aferrarme a tu interior y escribir
este cuento, a pesar de que no veas, en este preciso momento, que lo estoy
haciendo.
Spinetta me
dice que tengo que aprender a volar entre
tanta gente de pie y lo escucho mientras recuerdo que descalza caminás por
mi piel, y sonrío.
Todo es un fenómeno
inexplicable, que alcanza su punto más alto, cuando tu boca se acerca a mí y el
tiempo se detiene.
“me alegró bastante, ver una carta tuya, en
una forma reclamándome, lo que demuestra que hay cierto interés o dedicación…
de este lado se siente como una manera buena de encontrar motivos…”
Los desniveles
empiezan a implorarle a mis sueños que empiecen a cumplirse… dormir resulta una
quimera cargada de imposibilidad. No pensar en vos antes de cerrar los ojos, es
vulnerar mi paz nocturna, y yo quisiera que vuelvas en este mismo momento, pero
también entiendo que la alegría de que estés allá es infinita.
Como dos
sobres que recorren miles de kilómetros, guardamos dentro de nosotros, el
segundo en que vayamos a vernos y a revivir el colorado de tus cachetes y la
timidez de mis comisuras.
Restan
algunas lunas y muchas historias… descansando en mi pecho aguardo que muera
esta distancia.
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