lunes, 18 de febrero de 2013

Capítulo 32 “Las historias del Viejo Mundo”


Y los días volvieron a ser felices, y el cuerpo sintió nuevamente esa cosquilla inquieta que lo caracterizaba, pero las sorpresas siempre son sorpresas.

La felicidad, dicen algunos, se escabulle de tus manos inesperadamente, por sorpresa, en forma intempestiva… el imperativo del tiempo que nunca dura para siempre.

Acaso la lluvia era el destino, o las sombras, o el color gris? Nada de eso, nosotros somos el destino y se inscribe en un extraño calendario monotemático, vinculado al amor que brota de nuestros poros y atraviesa el cielo Baires-Roma con la facilidad que atravesamos las distancias para volver a vernos.

Y no es mera fabulación, ni extemporánea verdad, ni regodeo simbólico, esto es el modus vivendi del amor que, al hacer hablar a lo imposible, habla todos los idiomas, dialectos y lenguas que existen.

Tu cuerpo va hacia el cosmos y yo me divido en mil piezas que arman un nuevo mundo, mientras vos viajes hacia el Viejo Mundo, hacia un lugar que nos separa físicamente, pero nos une en perspectiva.

Cómo negarle al tiempo una oportunidad, bajo esta lluvia criminal, mientras me contás que es tangible la posibilidad de que partas hacia un vuelo temporal, leve, purificador? Va a costarme, claramente puedo intuirlo, pero seguimos siendo cálices impregnados de néctar que vertemos en nuestra sedienta vida animal.

Somos una copa de vino, una añeja melodía de triste bandoneón, un cerro colorido en un cordón montañoso sin colores… el deseo otoñal que empieza a desteñir las ropas del verano austral.

Es difícil escribir una canción de amor si estás acá… el miedo a que no estés, es esa canción que aún no nace, que se deja desnudar por nosotros, cuando la noche aprende a respirarnos.

Es difícil no dejarme endulzar con azúcar y fuegos de artificio la vida, si todo viene de tus manos rebosantes de ofrendas.

Y tengo que poner a latir mi corazón aunque te vayas, porque debo seguir viviendo para hacerte feliz, para que tu sonrisa se extienda, soberana, sobre este cielo sonrosado.

Quizá apenas pueda enseñarte a ser feliz, una vez que vos me enseñes a serlo, y puedas amar con más libertad, sin prejuicios y con la alegría de saber que me mostraste un camino diferente… es el fin del amor… debe concretarse a pesar de los altibajos y los dolores.

Nuestro amor no fue libertad… tal vez las cosas que decís, tal vez el mundo en el que estás…

Quiero regresar a la memoria, a la luz, a la idea única…”

Tal vez mañana vayas a mirar al cielo, mientras yo esté mirando al suelo… la ambivalencia de las cosas que no tienen  valor material, que nos depositan en otra etapa de la vida y se orientan, lentamente, mientras el mundo sigue girando a marcha imperceptible.

Vine a borrar tu pasado, a despertarte por las mañanas, quiero despertarte toda la vida, pero la cronología y el viento hacen daño, a veces irreparable, en nosotros.

Y voy a escribirte historias nuestras para que duermas, y voy a pintarte imágenes para que tu viaje sea en los paisajes que siempre soñaste, y voy a amarte con serenidad e intensidad, con fulgor y sobre un césped infinitamente grande como ese verde que amás.

El cuento de los que se duelen cuando la distancia hace añicos un momento de sus vidas… que el futuro hable por el presente y me confiese si volveremos a reencontrarnos eternamente.

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