miércoles, 2 de enero de 2013

Capítulo 1 “Tu gracia, la gracia de mi vida”


El tiempo de los viajes en los que uno descubre que el tiempo es pura espera, de vagar y vagar paulatino sobre algún que otro universo… solía interrogarme sin filtros, vos en algún punto del tiempo y yo caminando ese tiempo que nos llevaría a encontrarnos. Eran las horas divergentes, los ápices genéricos que dibujaban calles cargadas de melancolía.
Viajando hacia el fondo de la calle, recorriendo galerías de silencio, palpitando la miseria de hallarme buscándote sin encontrarte; vos tan vos y yo tan ansioso por vos… la felicidad coronada en la ilusión.
Mayo de 2003, la montaña suspendida en al aire, en la roca un nombre tallado en mi corazón… la vuelta me depositaba definitivamente en vos, en nosotros. La historia que ya no era porque no era sino el precio de una búsqueda asesina; vos en adolescencia mientras yo esperando que madurara la fruta que cambiaría mi existencia para siempre.
Jóvenes promesas que quería cumplir… el sufrimiento no es para los soñadores mi amor, sin embargo sufrir es rutina poética omnipresente, Shakespeare apoderándose de todos los instantes de mi vida, pronunciándome tu nombre con mecánica repetición.
Eran las noches en las que tu existencia atenuaba mi presente, empezaba a escribir la historia de amor más larga de mi historia, la sutileza literaria menos premiada, menos reconocida, todo sumido en un más o menos continuo.
Creer que algo iría a pasar se mezclaba con la amargura de tener que seguir creyendo en la locura que arrastra el amor… era hacerme tiempo para escribirte en mi vida como un testamento; la niña que un dramaturgo inglés había parido, era el motivo que estaba buscando, la urgencia de mis labios deseosos de su néctar… Julieta sin Romeo… el amor inmortal.
Y fue el periplo, fueron las noches, las estrellas… todo conjugado en segundos que se iban acortando lentamente, como las huellas transitorias de un ciego que cree recorrer millones de kilómetros sentado en su morada. Volver a Buenos Aires arrastrando la humanidad por el suelo famélico… una mochila colmada de tristeza que me llevaría a probar alternativas… no fue tan feliz; tu nombre sobre mi nombre no era una simple canción.
Fue retomar la universidad buscando un laberinto donde encerrarme a repensar si la locura era consecuencia de la propia locura; cada tres pensamientos, cuatro eran tu nombre, tu cara de ilusión óptica, tus manos acariciando las mías con ternura, con besos al aire que socavaba mis días trillados… la ciencia del amor no descubierto, los consejos de los amigos que duraban hasta que tu nombre resonaba en mi cabeza llena de vos.
Adonde te encontrarías entonces?
Los inviernos que declamaban múltiples posibilidades de hallarnos, las tristezas vacuas, inesperadas, vacilantes… yo empezaba a presentir tu llegada. Habían pasado Latinoamérica, Europa y todos los lugares posibles, el reloj despiadado acelerando el encuentro, los malos de la película dañando nuestra vida… nuestro amor desorientado y sumiso, supeditado a la espera, hacerle el amor a la imaginación.
El abc de nosotros era el amor total, el abrazo noctambulo tácito, la pena de no sentirnos realizados.
Todo lo que me importaba era conservarte, eternamente, en mi piel… pero, dónde encontrarte esta vez?
Soñar estar al sol, perdidos en la piel del otro, con las sábanas y la luna como testigos de nuestra pasión encendiéndose por doquier, resucitando al amor de su convalecencia.
Poco faltaba para 2010 y habían pasado varios años ya, empezaba a sentir que me quedaba solo y solitariamente yo… pero entonces apareciste y ya nada fue igual.
Luego de buscar, desenfrenadamente, la magia de flotar, comprendí que flotabas en algún lugar… me quedé ahí junto a vos, en silencio, acompañándote… Doña Pixelada y Jade… Spinetta y las canciones, la poesía y el misterio… la magia… nosotros.

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