El tiempo de los
viajes en los que uno descubre que el tiempo es pura espera, de vagar y
vagar paulatino sobre algún que otro universo… solía interrogarme sin
filtros, vos en algún punto del tiempo y yo caminando ese tiempo que nos
llevaría a encontrarnos. Eran las horas divergentes, los ápices
genéricos que dibujaban calles cargadas de melancolía.
Viajando
hacia el fondo de la calle, recorriendo galerías de silencio, palpitando
la miseria de hallarme buscándote sin encontrarte; vos tan vos y yo tan
ansioso por vos… la felicidad coronada en la ilusión.
Mayo de
2003, la montaña suspendida en al aire, en la roca un nombre tallado en
mi corazón… la vuelta me depositaba definitivamente en vos, en nosotros.
La historia que ya no era porque no era sino el precio de una búsqueda
asesina; vos en adolescencia mientras yo esperando que madurara la fruta
que cambiaría mi existencia para siempre.
Jóvenes promesas que
quería cumplir… el sufrimiento no es para los soñadores mi amor, sin
embargo sufrir es rutina poética omnipresente, Shakespeare apoderándose
de todos los instantes de mi vida, pronunciándome tu nombre con mecánica
repetición.
Eran las noches en las que tu existencia atenuaba mi
presente, empezaba a escribir la historia de amor más larga de mi
historia, la sutileza literaria menos premiada, menos reconocida, todo
sumido en un más o menos continuo.
Creer que algo iría a pasar
se mezclaba con la amargura de tener que seguir creyendo en la locura
que arrastra el amor… era hacerme tiempo para escribirte en mi vida como
un testamento; la niña que un dramaturgo inglés había parido, era el
motivo que estaba buscando, la urgencia de mis labios deseosos de su
néctar… Julieta sin Romeo… el amor inmortal.
Y fue el periplo,
fueron las noches, las estrellas… todo conjugado en segundos que se iban
acortando lentamente, como las huellas transitorias de un ciego que
cree recorrer millones de kilómetros sentado en su morada. Volver a
Buenos Aires arrastrando la humanidad por el suelo famélico… una mochila
colmada de tristeza que me llevaría a probar alternativas… no fue tan
feliz; tu nombre sobre mi nombre no era una simple canción.
Fue
retomar la universidad buscando un laberinto donde encerrarme a repensar
si la locura era consecuencia de la propia locura; cada tres
pensamientos, cuatro eran tu nombre, tu cara de ilusión óptica, tus
manos acariciando las mías con ternura, con besos al aire que socavaba
mis días trillados… la ciencia del amor no descubierto, los consejos de
los amigos que duraban hasta que tu nombre resonaba en mi cabeza llena
de vos.
Adonde te encontrarías entonces?
Los inviernos que
declamaban múltiples posibilidades de hallarnos, las tristezas vacuas,
inesperadas, vacilantes… yo empezaba a presentir tu llegada. Habían
pasado Latinoamérica, Europa y todos los lugares posibles, el reloj
despiadado acelerando el encuentro, los malos de la película dañando
nuestra vida… nuestro amor desorientado y sumiso, supeditado a la
espera, hacerle el amor a la imaginación.
El abc de nosotros era el amor total, el abrazo noctambulo tácito, la pena de no sentirnos realizados.
Todo lo que me importaba era conservarte, eternamente, en mi piel… pero, dónde encontrarte esta vez?
Soñar
estar al sol, perdidos en la piel del otro, con las sábanas y la luna
como testigos de nuestra pasión encendiéndose por doquier, resucitando
al amor de su convalecencia.
Poco faltaba para 2010 y habían
pasado varios años ya, empezaba a sentir que me quedaba solo y
solitariamente yo… pero entonces apareciste y ya nada fue igual.
Luego
de buscar, desenfrenadamente, la magia de flotar, comprendí que
flotabas en algún lugar… me quedé ahí junto a vos, en silencio,
acompañándote… Doña Pixelada y Jade… Spinetta y las canciones, la poesía
y el misterio… la magia… nosotros.
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