Esperar desesperado a que tomáramos
contacto, no pude evitar quedarme jugando con vos al juego de sembrar semillas
virtuales, era menuda y efectiva diversión, textura, forma, color, movimiento…
Eran pasos trascendentes, crepusculares, llenos de dos besos errantes que
buscaban abrazarse.
Me fui colmando de tu respiración, negando
la muerte, consustanciando la vida con el júbilo, con los atardeceres en los
que pensaba la totalidad del todo sintetizada en nosotros.
Dejé de ser noctambulo para empezar a
soñar, un ratito, un segundo, un santiamén… no todos pueden vanagloriarse de
soñar el amor personificado. Yo podía imaginarme, arte y escena del instante
sublime… la tentativa y risueña aventura de viajar dentro de tus sueños.
Eran días diferentes, donde vivía atosigando
tus responsabilidades en detrimento de las mías, me costaba dormir y mantenerme
dormido, quizá por las ganas de pensarte y soñarte simultáneamente. Herido de
vos, de tu lejanía, nos estábamos eligiendo casi sin querer queriendo.
Yo sabia que eras demasiado especial, por
lo que necesitabas algo especial y por eso te regalé algo especial…
Ya no duraba nada, porque todo era
duradero, son amores que no se repiten, por eso son únicos y duelen, queman,
acontecen sin vacilaciones.
Vos ya eras amor, pero me faltaba
conjugarte y decorar las agujas con tiempo, con una extensa caminata hasta tu
pecho. Pude llegar finalmente, era momento de abrir la puerta.
Una cena y miles de momentos aguardaban
expectantes.
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