Tic tac… el pecho estalla en este mismo
instante, mientras llueve verticalmente sobre calles horizontales. Callao está
desierta, el frío atenta contra el coraje de salir a afrontar el epílogo del
invierno crudo y ermitaño.
Las paredes meriendan lágrimas de algún
inesperado chaparrón.
Terminamos de tomar un breve café;
detenerme en tus ojos un segundo y multiplicarme en ellos, dos seres
transferibles que dialogan en medio de tamaña soledad porteña.
Podía quedarme una vida más en esta tarde
lluviosa… volver a ser es volver a verte, un risueño verano que nace dentro
mío, casi incoloro ante tus mejillas coloradas.
Te reís y florecés… sos mil cronopios en
rondas alegres, una multitud de vergeles que se marchan taciturnos por el bajo,
una bocanada de abrigo para mis manos entumecidas.
Música y más música… pasemos a otro tema.
Miro mis prendedores de los Beatles con
amor, son bellísimos, tienen tu impronta.
Buscarte entre las caras del colectivo es
la búsqueda de la estrella, el clamor inocente, la levedad del escritor que
pasa sus días vomitando líneas.
Presumo que tengo gustito a tu aliento en
mis papilas, se lo cuento a los charcos de agua que se forman a lo largo de la
travesía que implica volver a mi casa.
Voy escuchando Valle de Muñecas, me duermo
unos segundos, me alcanzan para sentir que mi sangre, la que recorre mis venas y
se detiene a llenar mi corazón, se empieza a enamorar de vos.
Me quedo un rato más recordando tu voz,
vuelve a mí tu beso criminal, soy un hereje que se distrae porque hay un
accidente en Avenida Rivadavia, a la altura de Liniers.
Cuando llego nada es igual, están las
tostadas y el mate, el sabor a atardecer que conspira contra el día,
promoviendo el nacimiento de la noche, me pregunto si puedo saber con exactitud
la cantidad de veces que pensé en vos durante el periplo.
Entiendo ahora, que el acto de morir es
insoslayable, pero que puede atenuarse mientras estés para darme un soplo más
de vida.
De pronto un suspiro profundo, que
trasciende a todos los suspiros esbozados alguna vez por mí... suena el
celular, del otro lado tu aniñada simpatía, tu invisible cuerpo alado, tu
mirada hecha palabras.
Se estira el intercambio, el corazón es una
máquina perfecta que decide por nosotros, que conjuga el verbo vivir como le
place, sin consultarnos.
Mi corazón se emociona, rompe en emotivo
llanto, se desprende de mi cuerpo, rogándole al tiempo que no se deje fenecer,
los reencuentros tienen modos particulares de celebrarse, yo siento que cada
celebración es un reencuentro, la ecuación es áurica, llana, dulcemente
noctámbula.
Mi corazón ha conjugado el verbo vivir y me
deja renacer con cada semilla que en vos puedo sembrar.
Es inútil escapar y Cupido ha disparado un
arpón… me arde el centro del alma, una casita roja que late con fulgor, que se
vuelve isla dentro de mi organismo.
Alguien vive allí ahora… alguien nace
dentro de él… el fruto del amor madura dentro mío.
Dame un beso y déjame morir… resucitame del
sueño.
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