Estar es
concretar el desvelo de cuanta maravilla nos rodea, a medida que pasan los
días, nos evocamos en cada objeto que gira alrededor nuestro.
Un papel dibujado, unas líneas versadas, una luz que encendemos, un
puñado de risas que seguimos riendo lozanamente, un baúl repleto de epístolas,
de café, de envoltorios de golosinas. Naves espaciales bajo las sábanas,
desenvolver cada uno de los viajes hacia el amor que realizamos, latitudes
desconocidas y montañas adornadas de cascadas, el virus del amor insolente que
nos pega un arponazo en el centro del esternón.
Agasajarte con
flores de papel, seguir y copiar el movimiento de tus piernas, baila valses un
niño enamorado en algún punto del planeta tierra… ese gurrumín que, por primera
vez, ve brillar algo frente a sus absortos ojos.
Una osita
bailarina encantándolo con su sonrisa de enormes dimensiones, el color plata
que encandila, el perfume de los vegetales que transpira su piel, el rubor de
sus mejillas dormidas, vergonzosas, interminables.
Le habla el
jardín, le guiña un ojo la lluvia, lo abraza la mañana… todo se presume
culpable frente al amor inocente de un mortal que quiere inmortalizarte.
La vida le
besa la boca al pequeño, lo desnuda, no siente timidez si esto es consecuencia
de la presencia en su interior de la pequeña que le presta su pecho como asilo.
La merienda
feliz, la cena romántica, el desayuno a las apuradas, el almuerzo reflexivo…
cuatro puntos cardinales en la vida que inquietan la mente.
La merienda
es contarte que te extraño casi fervorosamente, sin detenerme a mirar lo que
acontece, es la libertad de tomarme un respiro de la vorágine.
La cena es
tomar tus brazos y cargosearlos para que acaricien sus hijas, las manos, mis
brazos. Es bailar aferrado a tu humanidad despertando mis sentidos dormidos y
colmando mi cuerpo de poemas en forma de besos.
El desayuno
es tener que cumplir la obligación cotidiana de reiniciar el ciclo, de
administrar cada sorbo de tu boca que he bebido, es depositar el amor en
celdas, en tubos de ensayo donde nace la reproducción fecunda de amarte con
todo lo que no pueda amar.
El almuerzo es
el refugio para todo lo que deseo, desde que sé que hay un motivo en este mundo
para seguir descubriéndolo…
Desear es
escribir un contrato con el mundo, condenarse a la deliciosa aventura de
permitir que el mismo, nos deje coronar a quien buscamos toda la vida. Yo te
encontré radiante, cuantitativamente indescriptible, dulcemente helado de
chocolate. Una aventura real, un cronopio cuyo pelo irradiaba eternidad, una
galería de imágenes ensoñadas.
Aun no te he
coronado, pero es uno de millones de deseos que solo a tu lado se cumplirán. Yo
te firmo una vida, te regalo mi tiempo y te invento el hogar donde quiero
coronarte… el desear se hace profundo y no temo a desear el tiempo juntos. La música,
Los versos del Capitán, dos platos en la mesa, una luz tenue, una vida simple y
colmada de nosotros, puede generar el lugar de la ceremonia.
Deseo que
siempre siga doliéndome, que me corte en dos partes, que me queme dentro, que
no me deje vida alguna por vivir, deseo que me falte siempre, que el vacío sea
enorme, que el llanto no se detenga…
Deseo desearlo
como la vida desea un último beso, deseo existir para presenciarlo, deseo
fotografiarlo, pintarlo, escribirlo…
Deseo morir
para que me resucite, que me deje sin aliento, que me deje en la calle.
La concreción
del distintivo, del suburbio donde, eufórico, un niño le suplica al cielo que
estés siempre flotando en él, para perderse en un viaje celestial con vos.
Es el
hechizo, la panacea del embrujo no tiene fórmula mi amor… no existe medicina
que pueda contrarrestarlo.
Sin deseos
no hay nada ni nadie, solo premisas mecánicas que destruyen la materia,
invisible, que constituye la proporción áurica de los corazones que se
enamoran.
Una maratón de
deseos al aire, un petitorio a la existencia, una plegaria a las constelaciones…
Si no me
duele eternamente, dejará de ser amor.
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